Hace 75 años nació el partido político de derecha más importante que ha tenido el país. Dos hombres tuvieron un papel determinante en la configuración de Acción Nacional. Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna. Entre ambos hubo diferencias notables tanto en lo que se refiere a sus ambiciones personales como en lo que toca a su concepción de la política y el papel que debería desempeñar el partido. Gómez Morín, nos recuerda Carlos Arreola uno de los analistas que más han estudiado a ese partido, era un “político nato que ambicionaba el poder pero su ascendencia española le impedía aspirar a la Presidencia de la República”. González Luna, fue un católico practicante, muy religioso más ocupado en la “recristianización” de la sociedad que en alcanzar un cargo público. Esta dualidad, dice Arriola, marcaría la vida del partido. Por un lado, un interés en alcanzar el poder pero por el otro una tenue vocación de gobierno o dicho en otras palabras, temor a la toma de decisiones. No fue sino hasta el año 2000 cuando este partido logra a nivel de la presidencia de la República la primer alternancia en el poder, que ese juicio ya no es tan puntual, aunque en no pocos casos, a lo largo de doce años en que ese partido ocupó la primera magistratura de la nación, no pudo realizar los cambios que el momento mexicano requería.
Hoy el PAN cuenta con 38 senadores, 114 diputados federales, 254 diputados locales, 439 presidentes municipales, 517 síndicos y 4,048 regidores. Tiene varios gobernadores y juega un rol de significación en la vida nacional. Al mismo tiempo está sumido en la mayor crisis interna que haya experimentado. La pugna entre grupos es notoria; los escándalos lo envuelven; la lucha por el poder del partido es cruenta. Y a pesar de no coincidir ni con su doctrina, ni su lógica discursiva, ni sus propuestas, ni su modo de operar, ni su ideología, considero que no sea conveniente para el país que se disuelva o que se pierda en mezquindades internas y en una palabrería hueca.
Es sabido que los partidos políticos, a pesar de las críticas de que son objeto, son la instancia que puede articular un proyecto integral para una sociedad, a diferencia de las organizaciones civiles que representan intereses específicos sobre temas particulares. No obstante, la articulación es cada vez más difícil toda vez que la sociedad se siente cada vez más alejada de los partidos a los que considera que no representan sus intereses. De ahí que surjan nuevos interlocutores como las asociaciones civiles o los medios de comunicación. En especial los medios se han convertido en factor determinante en la representación de intereses, en poderosos intermediarios entre el gobierno y la sociedad y en mecanismos, poderosos también, de la socialización política. Con todo, no pueden y no deben sustituir a los partidos.
Cada vez que hay un escándalo al interior de un partido, se afecta a todos. El juicio ciudadano no distingue entre unos y otros y un tropiezo de uno, lo es de todas las instituciones partidistas. No alienta a la vida democrática una crisis como la que se vive al interior del PAN. Un partido que se formó hace 75 años, tiene que encontrar salidas inteligentes a la división que hoy padece. Más allá de los dime y diretes propios de las campañas electorales, y en breve estaremos sumergidos en la contienda por la renovación de la Cámara de Diputados Federal, los partidos tienen que evitar que aumente el deterioro de su imagen. La pluralidad de opciones es necesaria dado el colorido mosaico de visiones nacionales. Mal le caería a la frágil democracia mexicana que la pluralidad se desvaneciera. Así como hace falta el PRD y la constitución de una izquierda sólida que pase de la oposición recalcitrante a la propuesta y que no se disuelva en reyertas de grupos o “tribus”, así también hace falta que Acción Nacional se reconstituya para que los equilibrios de una sociedad plural que por ese sólo hecho hace que las decisiones sean más legitimas, sean más duraderos y fructíferos
Dejar una contestacion