
J. Rigoberto Lorence
Una vez aprobada en la Cámara de Diputados la revocación de mandato de los gobernantes mexicanos, se ha incrementado el debate público acerca de si tal medida nos conduciría a una reelección del mandatario actual, Andrés Manuel López Obrador, como efecto de los resultados de una consulta popular al respecto.
Este debate ha surgido especialmente en el seno de la menguada derecha mexicana, que manifiesta así sus temores de que AMLO continúe en el poder, y peor aún, que profundice el alcance de las medidas populares que ha empezado a tomar. En particular, las medidas contra la corrupción, que se han convertido en el punto nodal del programa oficial.
El temor se ha acentuado a partir de la posibilidad de que el nombre de AMLO aparezca en una de las boletas electorales del 2021, y con su fuerza arrastre los votos necesarios no solo para conservar su mayoría parlamentaria, sino para debilitar más aún a los opositores de la derecha mexicana. En otros términos: que las elecciones intermedias del 2021 puedan convertirse en una catástrofe mayor que la del 2018. En palabras de Vicente Fox: están apanicados…
Este es el nudo del debate. Los voceros de la derecha argumentan que una revocación de mandato, en las actuales condiciones, solo podría beneficiar a un partido o coalición. Pero al esgrimir tal idea, solo nos hablan del temor que late atrás de sus palabras.
Vayamos por partes: la revocación de mandato es una medida introducida por la revolución francesa –y más tarde por la Comuna de París—en sus procesos comiciales con el objeto de que los representantes (mandatarios del pueblo) sean sometidos con frecuencia a nueva consulta ante sus electores, ya que algunos podrían haber votado en las asambleas en favor de leyes contrarias a los intereses del pueblo que los eligió.
Resulta lógico que los ciudadanos, en uso de su derecho, le quiten (revoquen) el mandato a quien no supo interpretar de manera correcta el interés del pueblo. Y muchos mandatarios pagaron con su destitución la deslealtad hacia los intereses de quien les tuvo confianza. Durante la campaña electoral, tanto AMLO como Ricardo Anaya –candidato del PAN– se mostraron partidarios de legislar en favor de la mencionada revocación.
Si los ciudadanos en general están satisfechos con la actuación del gobernante, votarán a favor de la continuación del mandatario al frente de los asuntos bajo su cargo. Si no es así, votarán en contra y el mandatario no podrá continuar en su encargo. En un régimen parlamentario, el equivalente sería el voto de censura al primer ministro, que de ese modo no puede seguir ejerciendo sus funciones.
Luego entonces, los temores de la derecha solo son muestran del carácter pusilánime de su argumentación. Nadie en sus cabales puede afirmar que AMLO continuará con su gran popularidad en julio del 2021, y por lo mismo, no pueden asegurar que los supuestos peligros de una reelección llegarán a hacerse realidad.
Pero a contrario sensu, si alguien solo se admite una consulta cuando considera que lo va a favorecer, pero está en contra si calcula que le será adversa, entonces no podemos llamarle demócrata, ni buen ciudadano; tan solo serían políticos oportunistas y convenencieros que usan las elecciones para fines personales o de grupo.
Y más aún: cuando los panistas ponen el grito en el cielo y advierten a la ONU, a la OEA y hasta a la Santísima Trinidad que una revocación de mandato en el caso de AMLO significaría un pase automático a su reelección, no hacen sino exhibir la pobreza de su argumentación y la vacuidad de sus ideales democráticos.
La actitud de los panistas en este asunto resulta patética y, sobre todo, exhibe que ya agotaron el parque de su repertorio político. Son héroes fatigados. No solo carecen de ideología definida, sino que se aíslan más aún de los intereses populares y marchan de una derrota a otra. La nueva situación exhibe a la derecha y a sus voceros (Marko Cortés, Fox, Calderón) como figurines estridentes que se están quedando al margen de la historia.
No le vendría mal a la democracia mexicana contar con una oposición vigorosa, fuerte, dueña de una enérgica argumentación. Pero solo tenemos una oposición reactiva, en contra de todo y a favor de nada, que por su dinámica se enreda en sus propias contradicciones.
A la oposición mexicana le falta congruencia y le sobre temor…

Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la UNAM. Militante de las organizaciones democráticas y revolucionarias de México desde hace unos 40 años. Ha impartido cursos de reportaje, redacción y otras áreas dentro del periodismo.
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