Gerardo Fernández Casanova
La Guerra Civil Española inauguró el concepto de las armas de destrucción masiva (ADM), al registrarse los bombardeos de la aviación nazi sobre la Barcelona republicana y con el caso Guernica como emblema, todo ello en apoyo a la rebelión encabezada por Franco. Más tarde la II Guerra Mundial generalizó este tipo de beligerancia por la que la población civil inocente fue masacrada por los aviones de ambos bandos, con el colofón de las dos bombas atómicas lanzadas por los Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki. Entre las primeras resoluciones de la ONU, en 1947, se acordó la prohibición del uso de tal tipo de armas, incluyendo las bombas atómicas y las químicas. George Bush argumentó falazmente la posesión de armas químicas por el régimen de Saddam Hussein para invadir Irak y hacerse de su riqueza petrolera, mismo argumento que ha querido utilizarse contra el gobierno de Siria. El asunto es que las ADM arrasan y matan a la población civil de manera criminal.
El avance de la tecnología de la dominación imperial ha generado un nuevo tipo de armas, las de confusión masiva (ACM) que son aquellas lanzadas al espacio radioeléctrico que impactan severamente la materia gris de quienes las reciben, de manera que el sometimiento buscado mantenga con vida a sus víctimas para seguir sirviendo a los intereses del mismo imperio. Es como el caso de los esclavistas del siglo XVIII cuya fórmula consistía en someter al esclavo a los peores tratos posibles, pero siempre preservando su vida puesto que la muerte de un esclavo significaba una pérdida para su amo. Las ACM hacen la guerra sicológica que se complementa con el boicot económico y con la compra vía corrupción de voluntades políticas propicias a sus finalidades.
Para un observador simple pareciera inexplicable que los contingentes de la población más explotada y empobrecida salga a las calles a protestar contra gobiernos que han combatido eficazmente la pobreza y que, incluso, voten por sus explotadores en las elecciones. México es un caso paradigmático de este fenómeno, pero hoy se reproduce con crudeza inusitada en Venezuela, en Argentina y en Brasil, entre otros. En estos cuatro casos el papel de los grandes consorcios privados de radio y televisión es equivalente al de los aviones nazis que masacraron a la población en Guernica, con la nueva característica de mantener la vida de las víctimas para, por su conducto, terminar la tarea de dominación buscada.
Venezuela representa hoy el caso de mayor crueldad en esta práctica bélica. A la muerte de Hugo Chávez, cuya indudable capacidad de liderazgo propició el movimiento emancipador de la América Nuestra, se registró el brutal incremento de las acciones de desestabilización con el acompañamiento eficaz de las ACM; desabasto provocado, inflación galopante, reducción de precios del petróleo, entre otras han sido aplicadas intensamente para llevar a la población a revolverse contra sus reales benefactores y a favor de sus tradicionales explotadores. Así, en las elecciones de diciembre pasado, la derecha neoliberal pro yanqui se hizo con la mayoría de la Asamblea Nacional y pone en jaque al gobierno de Nicolás Maduro, cuyo desempeño titubeante ha contribuido involuntariamente al objetivo buscado por el imperio y sus secuaces locales. El ariete, desde el primer triunfo de Hugo Chávez, ha sido el consorcio mediático de la familia Cisneros, Venevisión, que con el mayor de los cinismos respaldó el intento de golpe de estado en 2002 y el paro patronal siguiente.
Argentina votó contra el partido de Cristina Fernández cuyo mandato estuvo siempre en la mira del Grupo Clarín, el gran monopolio mediático, agraviado por el intento legislativo de establecer un mínimo control social sobre las telecomunicaciones. Macri, el nuevo presidente, ha sido campeón en el desmantelamiento del régimen de beneficios sociales y de soberanía operado por el Frente para la Victoria de los Kischner. Más de cien mil personas despedidas, arreglo indigno con los Fondos Buitres, devaluación e inflación galopantes, instrumentados todos como medidas de gobierno. Pero la gente así votó. Es inconcebible.
Brasil merece comentario aparte, pero es otro claro ejemplo del funcionamiento de las ACM que hoy tiene a la presidenta Dilma Rouseff a punto de la defenestración a cargo de los adalides de la corrupción brasileña.
De México no hace falta abundar sobre lo ya conocido: Televisa manda y remanda. Hace presidentes a sus títeres y destruye a quienes se salgan de su huacal.
gerdez777@gmail.com
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