Silvia Chávez Manilla
Como sociedad estamos dejando de lado varias cosas, una de ellas: la consciencia del otro. Llama la atención porque estamos rodeados de otros y, sin embargo nos movemos como si el otro no existiera, como si lo único que importara fuera tu espacio, tu tiempo, tus necesidades y tus deseos. Lo cual está generando, desde el deshielo de los polos, hasta tráfico de personas y muertes.
En otros niveles, es común el “que se quite, que se haga a un lado, que se apure: YO traigo prisa”. Lema de muchos, muchísimos habitantes de grandes urbes, a quienes les podemos sumar faltas de civismo, efecto que se traduce en dolor de cabeza para una minoría que también comete infracciones, menos, pero tampoco están exentos. Adolecer de civilidad está ocasionando caos. No sé ustedes, pero lo percibo cada que ando por las calles.
Mi impresión es que después de estar encerrados en las casas, las personas salieron con un nivel de paciencia muy bajo, no sé que sucedió, los noto violentos. Una amiga me contó que un hombre le arrojó un objeto desde su camioneta cuando iban conduciendo; ella le reclamó haberse “metido” a la fuerza, es decir, eludiendo la fila y, además sin utilizar las direccionales. ¿Los hombres estarán enojados por que se les está viniendo encima el tema sobre el abuso de género?, ese es otro tema.
Lo cierto es que no estamos mirando más allá de nuestras paredes, de nuestros intereses. Basta con ser testigos de las relaciones entre vecinos, y qué digo vecinos, familia. El fin de semana, mis sobrinas -veinteañeras-, tuvieron una reunión con sus primos. ¡Qué padre convivir! Pero ¿a qué hora crees que empezó? ¿A las 22:00? No, ¡a las 23:00! Justo en el momento en que estaba cerrando los ojos para entrar en el primer sueño profundo de la noche.
Dirás bueno ¿Y? Pues su comedor donde hicieron el convivio, está a escasos dos metros de mi habitación. Traté durante dos horas de conciliar el sueño, utilicé la serie Siempre reinas como somnífero, a un volumen que permitiera opacar el ruido de a lado, pero tampoco tan alto como para que muriera sorda; sin embargo viví varios sobresaltos cada que gritaban: “Shot, shot, shot”.
Qué feo se siente que se olviden de tu existencia, que actúen como si vivieran en una casa de campo. Sí, escuché perfecto al perro ladrándole a una pareja que estaba platicando. Juro que de haber querido me entero de la conversación; hacia demasiado frío como para levantarme y dejar mi cobertor. Asimismo, escuché como el papá anfitrión (mi hermano), le gritó al can para que dejará de hacer lo suyo. Tuve que mudarme al sofá de la sala con cobertor y tapones de oídos, que hasta el momento habían sido insuficientes.
Parece que la gente de tanto ver gente, ya no ve gente, personas, individuos, seres humanos como ellos. Sí ve objetos que le estorban, interrumpen, incomodan, y bajo esta perspectiva deja de tener consideraciones hacia ellos, no le merecen respeto, y ni hablar de derechos. Al respecto, me dicen que existe la Procuraduría Social de la Ciudad de México (PROSOC), dependencia encargada de asegurar el cumplimiento de la Ley de Propiedad en Condominio de inmuebles para el Distrito Federal.
El asunto aquí, es que somos familia e insertar la legislación en éste ámbito será tomado como agresión ¿Pero ellos si pueden perturbar a la vecina (tía/hermana)?
Si entre familiares no nos vemos, qué podemos esperar cuando salimos a la calle.
Nota al margen: Una persona no es un objeto, es un ser inacabado, en constante transformación. El camino es largo, pero vale la pena, vales la pena.
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Licenciada en periodismo por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, posgrado en psicoterapia Gestalt Relacional por el Instituto Humanista de Psicoterapia Gestalt y formación en Grupos Terapéuticos por el Círculo de Estudios en Terapia Existencial.
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