El sistema político emanado de la revolución requirió de la corrupción como elemento para amalgamar y conciliar a los jefes revolucionarios. Así se pudo pacificar el país instaurándose lo que podría llamarse la Pax Priísta, que mantuvo la vigencia del régimen durante todo el siglo XX. Álvaro Obregón acuñó la frase “No hay general que aguante un cañonazo de cincuenta mil pesos” que se convirtió en la fórmula de la gobernabilidad. Lo que originalmente fue aplicado para controlar a los jefes de armas se extendió posteriormente a todo el ámbito político: la cooptación de liderazgos y la castración de movimientos, corrupción de por medio. La zanahoria asentó el redil de la familia revolucionaria, aplicando el garrote para quien osara salir de él.
No es fácil imaginar qué hubiese sido del país de no haberse aplicado tal método; muy probablemente se hubiera roto en varios pequeños estados, incapaces de consolidar un proyecto de nación. Vale decir que no había de otra. La construcción del país se hizo con cargo al desarrollo democrático, inhibido por la fórmula de la corrupción, y lo dejó como asignatura pendiente. Hubo desarrollo y, en alguna medida, justicia social, aunque fueron negados derechos humanos fundamentales como la libertad de expresión e información, así como el de la libre elección de gobernantes.
El método se fue perfeccionando hasta el grado de control casi absoluto de la voluntad social. La prensa silenciada, tanto la escrita como la electrónica; elecciones manipuladas desde el gobierno y su partido; sindicalismo charro; campesinos controlados; clase media y alta satisfechas; grupos de presión neutralizados (iglesia, empresariado e intereses extranjeros) y, así, la gran mayoría de las facetas de la vida nacional. Mientras hubo crecimiento de la economía las carencias democráticas fueron asimiladas por la sociedad sin mayor dificultad; sólo los extremos ideologizados oponían resistencia pero con escaso respaldo popular; la represión se dio sin que se afectara la estabilidad y la paz social. La gente asumió la corrupción como un mal menor y la incorporó a la cultura nacional.
Cuando la economía comenzó a perder dinamismo, en la década de los sesentas, el sistema trastabilló, se redujo la capacidad de ofrecer zanahorias y, a cambio, el garrote asomó con mayor intensidad, con Díaz Ordaz como campeón en la materia, para mantener la Pax Priísta. Echeverría y López Portillo forzaron la economía para aumentar la disponibilidad de zanahorias, incluyendo concesiones relativas a la democracia, pero la crisis económica se profundizó ahora alentada con las exigencias de los acreedores de la deuda externa y los organismos financieros internacionales.
No obstante, los efectos castradores producidos por la pacificación mantuvieron bajo control el descontento popular, al grado de permitir la aceptación, sin mayor resistencia, de las estrategias de choque económico impuestas desde el exterior. Así pudieron Salinas de Gortari y Zedillo reducir los salarios y los servicios sociales sin provocar reacciones adversas ni Caracazos; la gente apechugó, pero comenzó a tomar mayor conciencia de la realidad y se fueron fortaleciendo las instancias políticas opositoras, particularmente después de los sismos de 1985 y de la irrupción de Cuauhtémoc Cárdenas y el Partido de la Revolución Democrática que, en 1997, logró ganar la primera elección de Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Zedillo se vio forzado a una profunda reforma electoral que, a su vez, dio por resultado la pérdida de la presidencia para el PRI con el triunfo electoral de Vicente Fox en el año 2000.
Los panistas en el poder no pudieron y no quisieron modificar el esquema de control que siguió siendo priísta. La corrupción sólo sufrió un cambio cualitativo: mientras los priístas la practicaron de manera más o menos compartida, los panistas la convirtieron en monopolio propio, aumentada y corregida. El fracaso de la administración de Fox devino en el triunfo electoral de la izquierda en el 2006, obligando al brutal fraude electoral que impuso la presidencia espuria de Calderón. Ambos contribuyeron con eficacia al rompimiento del engranaje social y a la instauración de la violencia y el terror, sustitutos de la Pax Priísta como instrumento de control de la sociedad, ahora con el ejército salido del cuartel.
De regreso en la presidencia, el PRI ha retomado sus viejos métodos perfeccionándolos. Peña Nieto se da el lujo de ignorar a la mayoría de la población y manipula para lograr la aprobación de sus “reformas estructurales” con gran despliegue de propaganda y desinformación. Todavía la Pax Priísta sigue ahogando a la democracia. ¿Hasta cuándo?
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