Por Rosario Vilchis
Nos vimos en el punto de encuentro, la ferretería, a las 8:30 de la mañana del 21 se septiembre. A dos días del sismo, mi estado y la Ciudad de México se encontraban en crisis desgarradora, las comunidades afectadas necesitaban ayuda, una amiga de mi compañero, en Torreón había hecho una colecta y envió la cantidad de diez mil pesos para comprar víveres y herramientas para apoyar la causa. Nos alcanzó para tres palas, dos marros, dos picos, una barreta, cinco guantes de carnaza, pañales, toallas femeninas, colchonetas, cobijas, papel de baño, algunos medicamentos, etc., sacamos de nuestros ahorros para comprar algo de víveres y para la gasolina, muy poco, pero algo para llevar a las comunidades.
La camionetita que había conseguido mi compañero no iba ni a la mitad de su capacidad, pero así nos lanzamos hacia Ocuituco, pueblo que a través de las redes nos habíamos enterado de que necesitaba ayuda.
Salimos con la esperanza de poder hacer algo, durante el camino íbamos comentando lo que esta tragedia nos hizo sentir, del pavor y la desesperanza de ver a México hundido en la desgracia, una vez más.
En el camino nos encontramos pocos vehículos cargados de víveres, las casetas nos permitieron pasar sin cobro con la condición que nosotros levantáramos la pluma, buen detalle.
Antes de llegar a nuestro destino, nos desviamos en Cuautla, porque una persona me contactó por Facebook para ofrecer su granito de arena y pasamos a recoger una bolsa de víveres y ropa, pasamos por Tetela del Volcán y sí se veía gente apoyando, seguimos nuestro camino y llegando a Ocuituco un taxista de la región nos dijo que sí había daños, pero que había llegado apoyo y que comunidades más apartadas como Hueyapan, estaban más necesitadas. Antes de continuar, el taxista nos dijo: “con cuidado” y esa frase me preocupó.
Al empezar la carretera que nos llevaría a Hueyapan había una lona que decía: camino restringido, seguimos alertas dudando en dar la vuelta y desistir de nuestro objetivo, en estos momentos pensé que mis hijos pudieran estar en peligro pues andaban desaparecidos cada quien por su lado ofreciendo su ayuda en diferentes puntos devastados, uno en la Ciudad de México y otro en Tetecala y me dije, están haciendo lo que tienen que hacer.
En el camino frío, húmedo y boscoso, bordeado de monte, se veían rastros del deslave y grietas en los puentes, montones de tierra y rocas sueltas a borde de carretera; más adelante un coche nos rebasó con mucha confianza y eso nos dio seguridad para continuar, en seguida nos encontramos un muchacho empujando una carretilla con palas y picos, nos paramos y ofrecimos llevarlo, lo cual aceptó gustosamente, iba a limpiar los escombros de la casa de su tía que el sismo había demolido. Nos platicó que había unas cincuenta casas caídas, cifra que después aumentó en su relato a sesenta o sesenta y cinco; nos contó que el día de temblor la iglesia cayó sobre el muerto que estaban velando, le preocupaba que su iglesia se hubiera dañado y sobre todo, que no había llegado ayuda porque la carretera había estado bloqueada por los deslaves y hasta ese día la habían liberado.
Llegamos al lugar y pudimos notar que efectivamente había poca gente que no fuera del pueblo: una camioneta pequeña de la Cruz Roja, una camioneta con unos seis hombres vestidos de camuflage inspeccionando el lugar y nosotros que inmediatamente que nos paramos, fuimos rodeados por los habitantes que pedían ayuda, entregamos primero las herramientas a los hombres que se las arrebataban e en seguida se pusieron a trabajar en dos de las cinco casas en escombros que había en esa cuadra, las mujeres pedían pañales, cobijas, colchonetas y lo que llevábamos se acabó en diez minutos, dejándonos frustrados e impotentes por no poder ayudar a todos.
Hicimos un pequeño recorrido y vimos que en campamentos improvisados por ellos mismos con lonas, dormían hacinados hasta quince personas y cocinaban lo que podían en fogatas.
Salimos de Hueyapan con sentimientos encontrados, por un lado tristes e impotentes de ver tanta miseria y por otro lado satisfechos de haber podido ayudar con lo que pudimos, con la esperanza de mañana visitar otras comunidades en desgracia.
Durante todo el camino pudimos ver muchos, pero muchos centros de acopio organizados por la ciudadanía, sorprendentemente muchos jóvenes entusiastas con cartulinas pidiendo ayuda. Y ya de regreso caravanas de camionetas, coches, motos con víveres y letreros que decían: Apoyo a los damnificados del temblor; Estamos con Morelos; Ayuda para Tetela; etc., vehículos de distintas partes de la República llegaban a Morelos a brindar apoyo y solidarizarse con nosotros.
Esta es solo una historia más de todas las que estamos haciendo los ciudadanos que nos levantamos a apoyar a los damnificados, somos muchos pero falta más, las comunidades más apartadas necesitan nuestra ayuda, allá no ha llegado lo suficiente y siguen los días, esos que después, cuando pase el temblor, cuando todos regresemos a las escuelas y trabajos y hayamos olvidado que esos pueblos seguirán necesitados y en desgracia, sin hogares, olvidados, en la pobreza… como siempre.
El sismo fue un suceso que nos permite darnos cuenta de que los mexicanos somos solidarios y nos hermanamos ante el dolor y nos levantamos a luchar.
Esta experiencia me ha dejado muy conmovida, muy sensible y con la fuerza para seguir apoyando en lo que pueda, porque esto no ha terminado, independientemente del enfoque que le estén dando a una desgracia de tal magnitud, en donde los intereses políticos vienen a lastimar más a un pueblo que ya no aguanta más, en donde los ciudadanos ya no creemos en las instituciones.
¡México, creo en ti!
Escritora. Psicóloga. Ganadora del premio de cuento 2012 por el instituto de cultura de Morelos.
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