El gran circo de las elecciones

 

 

Orlando Plá

Teóricamente, las elecciones tienen el propósito de seleccionar al candidato que los ciudadanos consideran más apropiado para dirigir los destinos de la población involucrada durante un periodo de tiempo.

 

En otras épocas, cuando aún no éramos tan sofisticados, el jefe era elegido por un consejo de ancianos que atesoraban el conocimiento, la experiencia y los valores de la tribu. Ellos seleccionaban al individuo más capaz de acuerdo con los objetivos de la tribu y las expectativas que tuvieran de su entorno. Si esperaban amenazas de tribus vecinas, era importante seleccionar a un buen guerrero, si el objetivo de la tribu era buscar nuevos asentamientos, necesitaban a un buen explorador.

 

Los miembros del consejo conocían las necesidades de la tribu, y también las capacidades de los líderes potenciales. Adicionalmente, estos miembros del consejo tenían una reputación que brindaba credibilidad ante la tribu respecto a que no tratarían de poner arbitrariamente a un individuo que les otorgara ciertas ventajas personales.

 

Después las sociedades fueron evolucionando hasta llegar al surgimiento de las democracias, cuyo origen se atribuye a los griegos, aunque algunos dicen que viene de tiempos anteriores. En el esquema griego los ciudadanos se reunían para votar, entendiendo por ciudadanos a los adultos varones libres.

 

En los finales del siglo XVIII y principios del XIX se utilizó en algunos países el sufragio restringido o voto censitario, que concedía derecho al voto sólo a quienes cumplieran algunas características, en general asociadas a la independencia económica y nivel de instrucción.

 

Las diversas reformas sociales fueron extendiendo el universo de votantes con la inclusión de las mujeres, paso determinante que abrió las puertas a la mitad de la población, y finalmente el voto se abrió a toda la población que rebase un umbral determinado de edad, con independencia de los niveles de instrucción, capacidad económica y solvencia moral, con lo cual se han modificado significativamente las características de quienes eligen a los “representantes del pueblo” (o de la tribu).

 

Estos cambios, añadidos a una distancia cada vez mayor entre los electores y los elegidos, han propiciado la indiferencia y apatía de los electores que mayoritariamente consideran insignificante el impacto sobre su bienestar personal que pueda derivarse de la diferencia entre una y otra alternativa.

 

En general es sólo una fracción del electorado la que se interesa por escuchar que proponen hacer los que pretenden ser elegidos, y de esa fracción una proporción mucho menor es la que tiene la instrucción básica para comprender lo que dicen.

 

Esta situación, junto con el silencio cómplice de una buena parte de los que entienden, ha facilitado la operación de un círculo vicioso que propicia que cada vez sean menos los que se interesan y entienden, lo cual convierte al proceso en un concurso de simpatías en que los electores, si es que participan, lo hacen a favor del candidato que más aparece en los carteles, o se promueve con la música de mejor ritmo, con absoluta indiferencia con respecto a las capacidades del elegido para seleccionar y coordinar a especialistas que administren los recursos de todos y organicen la actividad de las diferentes esferas que garantizan el funcionamiento del país.

 

Como el proceso en realidad es bastante más complejo, la selección no queda al nivel de simpatías, y se añaden otras variables como la compra de voluntades y las amenazas de cualquier tipo, conduciendo a un resultado que generalmente se encuentra muy distante del líder capaz de generar beneficios para la sociedad.

 

A esto se añade el hecho de que el proceso de elecciones genera un perjuicio social extraordinario, destinando enormes cantidades de recursos a la contaminación del ambiente mediante vallas, carteles, lonas y otros elementos, a los cuales se suma el entumecimiento del cerebro de los ciudadanos mediante el bombardeo de mensajes que insultan la inteligencia y el sentido común.

 

En medio de este tornado ineficiente y destructivo, los políticos organizan sus proyectos de inversión, añadiendo recursos de otras fuentes a lo que logran extraer del presupuesto con el objetivo de garantizar una máxima rentabilidad, con independencia del impacto que provoquen en la sociedad.

 

Debido a que los candidatos construyen su mensaje orientado a la gran masa de electores que no entendería sus propuestas, en caso de que las tuvieran, la comunicación se mantiene en el rango emotivo, si tocar el racional, obligando a quienes logran entender algo, a decidirse por quien consideren que hará menos daño, en tanto que el resto se alinea para bailar al son que le resulte familiar.

 

Algunos, en medio de su desconocimiento, generan un fanatismo por el candidato con el que se identifican y le atribuyen todas las virtudes que quisieran ver en él, enojándose con cualquiera que tenga opiniones diferentes, y mantienen una prudente distancia de todo elemento objetivo que pueda enfrentarlos con la realidad.

 

Con estos elementos podemos perder las esperanzas, y pensar que estamos ante el fin de la democracia. Sin embargo, nos queda la opción de volver a las raíces, conformar un nuevo “consejo de ancianos” que nos ayude a conocer quién es cada uno de los candidatos, antes de que les permitamos entrar al juego, y a comprender cuánto de realidad existe en lo que proponen hacer.

 

El nuevo consejo de ancianos debemos buscarlo donde se encuentran atesorados hoy el conocimiento y experiencia de la sociedad, que es en las universidades, y destinar al fortalecimiento de grupos de expertos los recursos que hoy se dilapidan en playeras, carteles, gorras y comerciales, de modo que sean especialistas quienes evalúen el equilibrio emocional y calidad moral de los candidatos y también sean especialistas quienes evalúen la coherencia y viabilidad de las propuestas.

 

Es difícil pensar que no habrá errores, intentos de soborno y de extorsión, pero el esquema irá reduciendo progresivamente las desviaciones y cada vez será más difícil elegir a un sicópata, pervertido o incapaz. No estamos en época de buscar a un salvador de la tribu, sólo necesitamos seleccionar a alguien capaz de coordinar a los mejores para que permitan a cada uno luchar por sus propios sueños.

 

 

Sobre Orlando Plá 21 artículos
Empresario y maestro en economía por El Colegio de México. Funcionario en Hacienda, Asesor del Centro Interamericano de Administraciones Tributarias. Profesor de FLACSO, ITESM y otros.

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