EL MORELOS QUE YO VEO

 

 

José Luis Urióstegui Salgado

Cuernavaca, Morelos, octubre 4 de 2015

Mi Estado tiene una superficie aproximada de cinco mil kilómetros cuadrados, cuenta con una población aproximada de un millón ochocientos mil habitantes en su mayoría menores de treinta años y un porcentaje mayor de mujeres; fue creado por decreto del Congreso de Unión publicado por el Presidente Benito Juárez un 17 de abril de 1869, tiene treinta y tres municipios y cerca de trescientas mil personas consideradas como indígenas que tratan de preservar sus usos y costumbres; el analfabetismo ronda el siete por ciento de la población total y tiene una tasa de desempleo de cerca del cinco por ciento.

 

Morelos es uno de los cuatro Estados de la República Mexicana que ostenta el apellido de un héroe (los otros son Hidalgo, Guerrero y Quintana Roo), se ubica en la zona centro del país y está rodeado por entidades con gran crecimiento económico actual como el Estado de México, Puebla y el Distrito Federal y Guerrero, estado de grandes contrastes en donde conviven la pobreza extrema y la abundancia. Tiene por lo menos diez ríos que lo surcan y muchos manantiales que sacian su  sed y brindan oportunidad para la diversión. Su historia se remonta a por lo menos dos mil años en que los olmecas se asentaron en algunas de sus regiones y más tarde por tlahuicas y xochimilcas que dejaron constancia de su presencia en Chalcatzingo, Tepoztlán, Xochicalco, Tlayacapan, Yautepec, Teopanzolco, Cuernavaca, entre otros sitios; la conquista española también le dejó huella en sus conventos, iglesias, hacienda y palacio de Cortés que tienen casi quinientos años de existencia; su tierra pródiga ha alimentado a muchas generaciones con granos, frutas, verduras y ha alegrado sus ojos con las flores y el verdor de sus campos. Su cocina, basada en un conjunto de hierbas, carnes, granos y flores ha deleitado y asombrado paladares de propios y extraños, viajeros que detuvieron su camino o extranjeros que atrapados por sus cinco sentidos decidieron hacer de nuestra tierra la suya propia.

 

Los morelenses tenemos fama de ser alegres y trabajadores, luchones, poco dados al conflicto, pero también de audaces y determinados cuando las circunstancias lo reclaman. Zapata, el héroe más vigente y trascendente de los últimos tiempos, es ejemplo claro de decisión y lucha cuando es necesario abandonar la complacencia para cambiar las cosas.

 

En retrospectiva, Morelos ha sido tierra de ensueño para unos y de conquista para otros, muchos han aportado su esfuerzo para su engrandecimiento y otros han transitado sin pena ni gloria. Desde que se restauró el orden constitucional en la entidad, en 1930, hemos tenido diecinueve gobernadores cuya responsabilidad ha sido aportar su sabiduría, capacidad y esfuerzo para engrandecer el estado y propiciar a sus habitantes una mejor calidad de vida, sin embargo, dichos objetivos no se han cumplido, algunos lo hicieron mejor que otros y dejaron huella imborrable en la imagen física del territorio y en la memoria colectiva, otros solamente pasaron y algunos han hecho más mal que bien.

 

El Morelos que veo es un territorio sumido en el atraso al que le faltan vías de comunicación idóneas para su desarrollo e incorporación a una red nacional de carreteras, sin trenes para la carga de productos o materia prima, sin fuentes de trabajo suficientes, con un alto costo de vida y salarios bajos; de poca promoción y oferta turística, en donde el gobierno se adjudica los méritos de los particulares e invierte poco en obra pública y mucho en promoción y publicidad personal del gobernante. Veo un Morelos hundido en la inseguridad, con reclamos sociales en varios rubros y pocos satisfactores; un estado en el que más que en la planeación se vive en la ocurrencia y la declaración que intenta convencer de una verdad que solamente los encumbrados perciben -recordemos el cuento del traje nuevo del rey que los tontos no podían ver, la tela era tan exquisita que solamente era perceptible por los inteligentes.

 

Los morelenses merecemos más de lo que las autoridades pueden darnos, pagamos altos sueldos y canonjías para lo que recibimos. Hay que exigir mejores resultados.

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