EL ODIO CONTRA LOS CHAIROS

 

 

J.  Rigoberto Lorence

Es evidente que a un año de haber tomado posesión del gobierno, AMLO ha logrado varios cambios, pero no ha podido reactivar la economía ni ofrecer a la sociedad resultados sustanciales en materia de seguridad pública. La paz de los mexicanos sigue siendo una asignatura pendiente.

 

Morena y sus huestes son hoy –junto a sus aliados PT y PES—el grupo hegemónico que domina los asuntos públicos del país. Por más que Morena esté profundamente dividido, a causa de la mezcolanza de clases e intereses que priva a su interior, producto del esfuerzo de concertación necesario para derrumbar al antiguo régimen del PRIAN.

 

La oposición al gobierno obradorista languidece porque no ha cambiado sus conceptos, ni ha adoptado nuevos programas, ni ha renovado su dirigencia. Los viejos rostros del Pacto por México se siguen asomando al frente de sus escuálidas marchas, y aunque han aumentado su volumen, dejan la impresión de que jamás podrán rebasar al nuevo grupo hegemónico.

 

Los diversos reportes sobre sus marchas nos dan cuenta de que han aumentado los contingentes, sobre todo por la acumulación de causas. A los grupos anteriores se han sumado la familia LeBarón –cuya tragedia sigue fresca en la memoria colectiva—lo que les ha atraído a unos pocos miles de manifestantes más. Pero nada relevante.

 

Las prácticas políticas del prianismo siguen imperando en las marchas opositoras. Los contingentes aportados por cada parcela son pocos, pero bien sectarios. Ciertos grupos llegan a la concentración con 300 gentes –por ejemplo—pero quieren ocupar el puesto de vanguardia. No tienen muchos contingentes para dirigir, pero ya quieren ocupar el puesto de dirección.

 

La confusión ideológica y la falta de planeación saltan a la vista. Hay quienes mezclan posiciones en favor de la intervención de USA con otros que enarbolan banderas de la Cristiada, con su reiterada advocación de Cristo Rey. No se han preocupado por depurar sus slogans, generando una mezcla curiosa del más rancio sinarquismo con un odio recalcitrante contra todo lo oficial, como cuando expulsaron de su marcha a Hernán Gómez, un periodista crítico con ellos.

 

Asimismo, no han trazado una clara línea divisoria entre lo que llaman ciudadanía y los partidos políticos. El PRD –o lo que queda de él—llegó desplegando sus banderas negriamarillas, en tanto el PAN se abstuvo de exhibir sus colores, pero no tuvo empacho en enviar a sus principales dirigentes (Marko Cortés, Gustavo Madero, etc.). La asistencia se calculó en 8 mil participantes, de acuerdo con estimaciones del gobierno de la CdMx. Pocos, muy pocos, en relación con los más de 200 mil asistentes al acto oficial de AMLO en el Zócalo –escenario de mil batallas políticas– quien sigue fiel a su policía de no financiar acarreos ni repartir tortas ni refrescos.

 

En fin: podríamos definir la marcha opositora como un acto confuso, sin objetivos claros, con poca convocatoria y con mucho deseo de protagonismo por parte de sus promotores de la derecha.

 

En particular, es difícil llamarles conservadores, porque tal denominación evoca una imagen de articulación, de ideología y programa común, de tolerancia y cooperación entre ellos. Es mejor llamarlos resentidos de derecha, díscolos que se aferran al pequeño espacio de pavimento que les toca ocupar, o por el cual les toca caminar.

 

Eso define además claramente su mentalidad. Añoran el espacio de poder del que antes disfrutaban, los ingresos fabulosos de las plazas aviadoras, los retazos del huachicol que obtenían. Pero sobre todo, repudian que los descalzonados quienes antes estaban a su servicio, ocupen hoy el Zócalo; que los chairos y nacos a quienes antes despreciaban y hacían a un lado, hoy se hayan apoderado de los principales espacios públicos y se sientan con el poder en sus manos.

 

En el fondo, se trata de un odio de clase contra los esclavos sublevados, y peor aún, contra el líder que los emancipó. Es el mismo odio histórico de quienes trajeron al rubio emperador austríaco –los Juan N. Almonte—contra el indio Juárez, que les ofreció resistencia y finalmente los derrotó.

 

Es un odio más pesimista que el de Porfirio Díaz, quien pedía a los líderes campesinos que no le alborotaran la caballada, en referencia a que no encabezaran a las masas de peones acasillados. Es el odio de quienes se sienten individuos blancos de clase media (whitexicans) contra los indígenas, contra los pobres que exigen algún derecho.

 

En fin: es la lucha de clases que promueve el anterior grupo hegemónico, desplazado por el obradorismo, contra las bases sociales que hicieron posible su derrota electoral en 2018; contra quienes los mantienen a la defensiva política y sin aspiraciones viables de rescatar su antiguo poder.

 

Es la lucha de clases que hoy hace posible que la historia de México se mueva hacia adelante.

 

 

Sobre Rigoberto Lorence 102 artículos
Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la UNAM. Militante de las organizaciones democráticas y revolucionarias de México desde hace unos 40 años. Ha impartido cursos de reportaje, redacción y otras áreas dentro del periodismo.

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