J. Rigoberto Lorence
A raíz del ascenso de un nuevo gobierno a los máximos órganos de decisión política en nuestro país, se ha actualizado el debate acerca de la libertad de expresión, y más en concreto, sobre el papel de los medios de comunicación de masas en plena etapa de transición del régimen autoritario a otro más democrático.
Todo lo que está sucediendo en torno a este asunto es por completo nuevo para la sociedad mexicana. Durante décadas nunca hubo comparecencia de los presidentes, y el ejercicio del poder se hacía de manera unilateral y sin contrapesos reales.
Cuando el PRI estaba en la cima del poder, desde 1930 hasta el año 2000, el gobierno, a la cabeza del entramado político-financiero dominante, mantenía una línea de dureza y represión ideológica y política contra los opositores de todo signo.
Por ejemplo: a los maestros del movimiento magisterial dirigido por Othón Salazar, en los años 60 del siglo pasado, se les llamaba “rojotones”, una combinación perversa de palabras que mezclaban el nombre del dirigente magisterial con la ideología del movimiento al que se tachaba de comunista. Y este epíteto se difundía hasta el cansancio.
Los movimientos populares de esas décadas –médicos, estudiantes politécnicos, telegrafistas, telefonistas, ferrocarrileros—se les descalificaba por sistema, de modo que los activistas sufrían una doble represión: los macanazos de la policía y las calumnias de los medios. Las agresiones de los medios formaban parte esencial de la represión.
El movimiento del 68 se desarrolló en medio de feroces campañas anticomunistas, orquestadas por los más altos dirigentes del gobierno: el presidente Díaz Ordaz y el secretario de Gobernación, Luis Echeverría, quienes –según se descubrió más tarde—fueron agentes encubiertos de la CIA y estaban al servicio de los intereses de USA.
La masacre de Tlatelolco solo se puede entender en medio de un clima de histeria anticomunista creada por el propio régimen a través de los medios. La feroz arremetida contra los líderes estudiantiles se desató durante todo el periodo de agitación, pero se acentuó en especial al día siguiente de la brutal represión.
Los medios, desde luego, tenían información directa de los hechos a través de sus reporteros. Pero por su dependencia del poder totalitario, se abstenían de publicarla y en cambio lo hacían con los boletines de Gobernación o de la Defensa, que tergiversaban los hechos burdamente. La técnica empleada era siempre la misma: los estudiantes eran “agresores” y la policía y los soldados solo “repelían” la agresión.
Lo mismo ocurrió en el 88, contra Cuauhtémoc Cárdenas, y más tarde contra el EZLN, de manera que a las calumnias siguió la represión que dejó por lo menos 300 muertos de las filas del PRD, y de asesinatos de activistas y violaciones de mujeres en la región chiapaneca controlada por el neozapatismo.
Algo similar ocurrió tanto en 2006 como en 2012, años en que los medios jugaron el papel central para desacreditar al movimiento obradorista y a su personaje principal. Hoy AMLO está en la Presidencia, y los medios aplican la misma política de difamación, calumnias y deformación de la realidad para achacarle todos los males del país.
En tal sentido, podemos concluir que los medios de comunicación de masas siempre han estado al servicio de las clases sociales que han detentado el poder, y no hay ninguna razón para suponer que van a renunciar a ese papel, sobre todo si tomamos en cuenta que siguen representando los mismos intereses: Televisa al grupo financiero formado en torno a la familia Azcárraga; Reforma al grupo de Monterrey y los demás instrumentos de comunicación se agrupan en torno a intereses específicos, unidos en la batalla por conseguir que no se afecten los intereses de sus representados, así como al sistema de privilegios que les ha brindado poder y dinero a lo largo de décadas.
Nunca se ha visto, sin embargo, un análisis crítico de los errores y deformaciones que les eran inherentes, o un reconocimiento de su propio oscurantismo; no obstante, hoy se presentan como abanderados de las más nobles causas, básicamente la libertad de expresión y la “objetividad” periodística.
Esta prensa ha evolucionado, desde luego. Hoy no se atreverían a insultar directa y sistemáticamente al movimiento popular. Tan solo han refinado sus métodos, para proteger sus mismos fines, a los que de ninguna manera han renunciado. Hoy sus intereses se han disfrazado bajo el pretexto de la “objetividad” y el derecho a disentir.
Por otro lado, se ha desarrollado mucho el periodismo de investigación, que ha exhibido la podredumbre del antiguo régimen. Casa Blanca, Fobaproa-IPAB, Atenco, etc. Pero estos medios no han estado exentos de represión, como en el caso de Carmen Aristegui, despedida de su empleo por la publicación del texto sobre la Casa Blanca de EPN.
En este contexto, AMLO ha llamado a que los medios se pongan al servicio del pueblo, y se alejen de los intereses de la clase política. Esta petición nos parece en vano, es ilusoria y se contradice con la realidad, ya que los medios solo son voceros de lo que él mismo llamó la “mafia del poder”. Finalmente, los medios forman parte del poder, y una de sus partes esenciales, porque constituyen la correa de transmisión entre los intereses del complejo político-financiero y la parte de la sociedad que todavía apoya esos intereses.
Es necesario, por lo mismo, apoyar a los medios independientes, a la gente de base que se ha dedicado durante años a descubrir la verdad y a publicarla, desafiando todos los poderes, los legales y los fácticos. Esos intereses son los que se han cobrado la vida de Javier Valdez, Miroslava Breach y los centenares de trabajadores de los medios de comunicación que han sucumbido bajo el acoso del crimen organizado.
Superar a los medios tradicionales y sus críticas perversas es un medio de hacer avanzar la 4T. Crear y apoyar nuevos medios, más libres y críticos, en verdad independientes sería la conclusión para superar la situación de la prensa llamada “chayotera”, que no es perversa por esta razón, sino por representar los intereses más oscuros de las clases y sectores que hoy luchan por detener la marcha de la historia y regresarnos a la época del régimen autoritario.
Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la UNAM. Militante de las organizaciones democráticas y revolucionarias de México desde hace unos 40 años. Ha impartido cursos de reportaje, redacción y otras áreas dentro del periodismo.
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