EL REY INCOMPREDIDO

 

 

José Luis Urióstegui Salgado

 

Cuernavaca, Morelos, abril 2 de 2016

Érase una vez un reino no muy grande ni muy lejano, gobernado por un rey venido de otra parte que no pudo ser profeta en su propia tierra; lo encumbró la lucha contra un dragón al que no venció él solo pero se adjudicó la victoria como si lo fuera, en ello cimentó tal fama que todos lo creyeron un héroe; cuando se presentó la ocasión intentó matar otro dragón, estando a punto de conseguirlo lo pregonó cual si fuera un hecho, estando a punto de dar el golpe mortal un sortilegio elaborado a base de pinos cubrió al ser mitológico con una capa mágica y lo salvó, pero no fue suficiente para impedirle pregonar otro triunfo.

 

La gente inocente y de buena fe creyó que la muerte del dragón le había salvado del caos, la laceración, secuestro y muerte de muchos aldeanos que fueron atacados por tribus que éste protegía, se le acercaron, le ofrecieron banquetes y abrieron las puertas de sus casas para agasajarlo y el héroe aprovechó para manipularlos y hacerles creer que estaba destinado a salvar el reino. Basado en sus dotes de orador, habló de la defensa de los intereses de la comunidad y de lo que podría hacer por ella, poco a poco y con el mismo discurso fue ocupando cargos importantes en la corte hasta que el pueblo decidió nombrarlo rey, esperando que sus palabras se convirtieran en realidad.

 

Bastaron unos meses para que el héroe convertido en rey mostrara su verdadera naturaleza, abrió las arcas y dilapidó el escaso tesoro existente, luego pidió autorización al parlamento para contratar crédito por dos mil ochocientos millones de monedas de oro que ocuparía para mejorar la situación en que vivía la población, los argumentos que presentó fueron suficientes para obtener la autorización y el dinero. Fiel a su nombre proveniente de la antigua Roma, queriendo revivir la máxima de pan y circo, lo primero que hizo fue remodelar el coliseo donde el equipo local había perdido todo el prestigio que le quedaba de torneos alcanzando trofeos nacionales; invirtió en él trescientos millones de monedas de oro que luego dijo había sido el doble, pero el proyecto no funcionó, a pesar de la mejora, debido a la mediocridad del equipo, la gente consideró que no valía la pena perder el tiempo y no regresó a verlo. También mandó construir otra arena para que la gente viera y escuchara juglares internacionales que entretuvieran a la población y más para que al regresar a sus pueblos hablaran de la grandeza vista en este reino.

 

Las bandas de delincuentes que un dragón anterior había dejado crecer y que este rey pensaba que su llegada era suficiente para ahuyentarlas, despertaron más feroces, asolaban a la población, le robaban, la secuestraban y se mataban entre sí para arrebatarse el territorio y hacerse de la riqueza de la gente porque veían la incapacidad del rey para combatirlas, éste intentó frenarlas contratando famosos guardias traídos de otros lugares pero no dieron resultados. Entre gastos inflados, obras faraónicas innecesarias, falta de mejora en las condiciones de vida y la inseguridad a la que estaba expuesta, la población empezó a pedir la renuncia del rey, primero con anuncios, luego con manifiestos y posteriormente con marchas, pero no contaban con que el rey, basado en experiencias anteriores, adquiriría el sortilegio elaborado a base de pinos para evitar que le hicieran daño.

 

¿Cómo es posible que la gente no valore lo que hago por ella? Comentaba el rey con sus cortesanos, los he salvado del dragón, les he dado mi tiempo, mi esfuerzo y mi prestigio para ayudarlos y no entienden que me deben gratitud y deberían hacerme un monumento para sustituir el que estaba a la entrada del reino y fue fracturado por bandidos cuando llegué al cargo, pero no, son palurdos que no me merecen. Alguien sugirió convocar a sus leales súbditos para hacer una marcha que rescatara todo lo bueno de su régimen para echarlo en cara a los criticones que en nada beneficiaban al reino y lo aprobó. Sus fieles llamaron a sus trabajadores y los amenazaron con quitarles días de jornal si no acudían, pagaron transporte y víveres para la jornada de la realidad: el pueblo era feliz y lo amaba, lo que describían los enemigos de las instituciones era puro cuento.

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