Gerardo Fernández Casanova
En las últimas tres entregas he intentado mostrar la ausencia de las condiciones mínimas indispensables para la operación de la democracia representativa, en especial a su fase electoral, resultante de la inexistencia de la equidad requerida para el funcionamiento de la competencia entre partidos para procurar el respaldo de los votantes. Hay muchos otros defectos derivados, por ejemplo: la total desconexión entre la oferta proselitista y el ejercicio del poder por los elegidos; pero no sólo están desconectados, son contradictorios en extremo. Quiere decir que el pueblo es traicionado doblemente: se le comete fraude en la elección y se gobierna en contra de sus intereses: Carlos Salinas, por dar un caso, ofreció recuperar la fortaleza productiva del país, pero jamás hizo mención alguna a la privatización de la banca o de los teléfonos, menos aún habló del libre mercado ni de su entrega al extranjero y, además, se impuso por la vía del fraude electoral descarado. Zedillo y Fox tal vez no incurrieron en fraude para ser electos, aunque el primero empleó la mercadotecnia del terrorismo de Estado y, el segundo, una falsa oferta de cambio que sólo tuvo significado en las siglas y los colores de partido, que no en una real transición a la democracia. Con Calderón volvió a emplearse el fraude burdo y con Peña el más refinado de la descomunal compra de votos. Así no hay democracia que valga.
No obstante, soy demócrata. Creo en la democracia como el único sistema que puede llevar a la humanidad y a las naciones al bienestar y a la mayor felicidad posible. Decía Winston Churchill que la democracia es el peor de los sistemas, a excepción hecha de todos los demás. En esta convicción el asunto estriba en caracterizar la democracia deseable y buscar hacerla posible. Desde luego y como su nombre la significa, la democracia debe surgir desde el propio pueblo, pretender hacerla desde las cúpulas es negarla de origen; nunca los poderosos cederán voluntariamente un ápice de su poder a los necesitados; por el contrario, harán hasta lo imposible para evitar que el pueblo tome el poder, entre otras cosas buscarán desmovilizarlo y envilecerlo y, en alto grado, han logrado sus designios.
Juárez postulaba que sólo el pueblo puede salvar al pueblo, lema muy repetido por López Obrador al que agrega que sólo el pueblo organizado puede salvara a la Nación. Tal es el meollo del asunto; la dificultad estriba en el apellido organizado que no abunda ni mucho menos. El régimen actúa como una pesada lápida de corrupción que impide al pueblo organizarse y, en tales condiciones, le resulta casi imposible cambiar de régimen y zafarse de tal opresión.
Hoy existen condiciones que pudieran llevar a MORENA a la presidencia en el 2018, no tanto por formular un proyecto claro de gobierno sino por el grado de descomposición a que ha llegado el régimen, haciendo que el tema del combate radical contra la corrupción sea el más recurrente y casi único postulado de AMLO en su proyecto; tal vez sea una buena forma de ampliar su base de apoyo para llegar, aunque ello no signifique, en automático, un cambio de régimen ni la toma del poder.
De otra parte, se registran en el país algunos casos exitosos de organización popular de base, especialmente entre las comunidades autóctonas que lo traen desde su cultura ancestral; destaco las zapatistas y sus Juntas de Buen Gobierno, que privilegian la autonomía y la democracia directa. El hastío ha provocado cierto desarrollo de una cultura asociativa en el medio urbano que les lleva a actuar de forma organizada.
Una real democracia podrá lograrse si se da la inteligencia política para que estas dos vertientes funcionen en paralelo: un nuevo gobierno que se aplique a deshacer la lápida de la opresión, de un lado y, del otro, pueblos, comunidades, barrios y colonias que se emancipen y ejerzan de manera directa la procuración de su bienestar.
Total que soñar es gratis.
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