Gerardo Fernández Casanova
El segundo factor que cancela las condiciones de equidad y libertad para el ejercicio democrático se refiere a los poderes que, por fuera de toda normatividad, actúan presionando al estado y a la misma sociedad para lograr beneficios a sus intereses y privilegios; se les conoce como grupos de presión y ahora como poderes fácticos o de hecho. El añejo pero vigente poder de la Iglesia Católica; el del gran capital, tanto doméstico como extranjero; el de la prensa o, mejor dicho, el de los dueños de los medios; el de los militares y terratenientes, son algunos de los grupos cuyos afanes pesan más que millones de votos en las urnas.
En el diseño del sistema político mexicano tocó al Gral. Cárdenas la creación de un esquema que le dio cuerpo a tales grupos, con excepción de la Iglesia, mediante la creación por la vía legislativa de las cámaras de industria y de comercio, las uniones agrícolas y ganaderas; así como instrumentos de control sobre la prensa por la vía del monopolio estatal del papel. En el mismo tenor operó para la creación de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y la Confederación Nacional Campesina (CNC) que, junto con los militares, se organizaron para la promoción y defensa de sus intereses legítimos y también ejercer presión. Cárdenas fue igualmente el diseñador de la concentración de poder en el Presidente de la República.
La fórmula de gobierno consistía en que los grupos de presión, dentro de los que quedaron incluidos los trabajadores, los campesinos y las clases medias organizados, se hacían contrapeso de manera que el presidente se convertía en el receptor y administrador de las presiones dando por resultado un vector que conducía al progreso. Para la realidad mexicana de entonces el régimen, que no podía sustentarse en una democracia formal y electoral, esta fórmula dio paso a una razonable gobernabilidad y a una mejor atención de los intereses nacionales; un ensayo de democracia ad hoc.
Tocó al gobierno de Miguel Alemán el inicio del paulatino deterioro del sistema así diseñado, con la conversión de los órganos de participación del sector social (Trabajadores, campesinos y clases medias) en instrumentos de control más que de promoción con que fueron creados. La puntilla le correspondió asestarla al gobierno de Miguel de la Madrid que se vio obligado por la presión externa, hija de la deuda externa, a fijar topes salariales y a reducir los precios de los productos del campo, así como a reducir el poder de compra de las clases medias y, por ende, a deslavar el poder de contrapeso que sus organizaciones representaron al inicio del sistema. Lo que ha sucedido desde entonces y que hoy padecemos es el total rompimiento de los equilibrios en beneficio del desmedido poder de los dueños del dinero y de los medios de comunicación, así como el resurgimiento de la jerarquía católica como un indudable factor de poder, y en contrapartida un estado enclenque, incapaz de conducir al país y satisfacer la demanda de justicia y bienestar para la población.
A cambio se fue abriendo un esquema de partidos políticos, entendidos como entidades de interés público receptoras de prerrogativas fiscales, y la ciudadanización de la autoridad electoral, con el reconocimiento de algunos triunfos de la oposición en gobiernos de estados y capitales de importancia. Los mayores impactos fueron la elección de Cuauhtémoc Cárdenas como del Jefe de Gobierno del Distrito Federal, hasta entonces una dependencia del gobierno federal, en 1997; la pérdida de la mayoría del PRI en la cámara de diputados y el triunfo del candidato del PAN a la Presidencia de la República en el año 2000. Sin duda un avance democrático formal, pero que concentró aún más el poder de los grupos de presión del lado de la derecha y acabó de destruir el de la representación popular. En la competencia de los partidos el dominio de la televisión y del gran capital determinó que la democracia careciera de equidad y de libertad para su cabal ejercicio y florecieran el fraude y la compra de votos como elemento complementario de la acumulación de poder y riqueza por lo referidos grupos, ahora eufemísticamente llamados “los mercados”. Finalmente los partidos políticos quedaron sometidos a tales poderes y, por añadidura, entraron en acelerada decadencia y desprestigio, alejados de las causas populares y acercados a la disputa por presupuestos y prebendas ajenas al más mínimo de los objetivos de la democracia.
Cabe mencionar que MORENA es un partido nuevo que postula la corrección y dignificación de la política, pero resulta que para llegar al poder tiene que hacerlo en el medio putrefacto de la política real vigente, con las mencionadas imperfecciones en su más extrema expresión. No es de extrañar que su discurso tenga que verse limitado al combate efectivo contra la corrupción y alguna que otra referencia al sistema económico dominante. Es una verdadera hazaña que, a tres años de su formación, tal partido esté colocado a la cabeza de las preferencias electorales nacionales y en importantes estados de la república. Habrá que creerle, es la última esperanza de cambio (Continuará).
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