La muñeca enterrada de Chapultepec

 

 

Milo Ocampo

Cuenta la leyenda, que había dos amigos, Pedro y Juan, los cuales eran casi como hermanos. Los dos iban en el mismo instituto. Un día una maestra de Ciencias Naturales les encargo una tarea, la cual les pidió que trajeran muestras de distintos tipos de tierra, según la zona, profundidad y minerales.  Como de costumbre Juan y Pedro se juntaron para hacer la tarea, sin embargo, era una aventura y pretexto para ir al Bosque de Chapultepec.

 

En el Bosque de Chapultepec buscaron una zona sombreada y poco concurrida para tomar las muestras de tierra.

 

-Este sitio esta chido para escavar, aquí seguro no nos molestara la gente y el clima esta agradable.- Dijo Juan.

-Hagamos esto, yo me como mi torta y tú escavas, porque  la neta no quiero ensuciar mi ropa.- Bromeó Pedro.

-Yo digo que nos comamos nuestras tortas y después le chingamos, cavamos 5 minutos cada quien y pasamos la pala. – Dijo Juan

-Cámara pero empieza el que se acabe al último su comida.- Dijo Pedro, mientras empezaba a devorar su torta.

 

Pedro fue el primero en acabar, por lo que Juan, desganado empezó a sacar la herramienta de su mochila para comenzar a cavar. Se decidió por una zona donde la tierra era más rocosa, pero a la hora de tocar la tierra con la pala sintió escalofríos y una sensación horrible.

-No manches, aquí se siente más frio.- Dijo Juan.

Pedro, con voz burlona dijo: – No inventes, si no quieres trabajar dime y yo me rifo.

Juan por hacerse el valiente siguió cavando y junado la tierra en bolsitas diferentes, cada 5 centímetros de profundidad cambiaba de bolsa. Mientras tanto, Pedro exploraba el paisaje y jugaba futbol con una piedra.

-¡Mira!- grito Juan cuando llevaba unos 3 minutos cavando. Pedro fue corriendo ver lo que Juan le mostraba con tanta exaltación, un muñeco de Peña Nieto con gran copete y de unos treinta centímetros. Al mirarla sintió que un escalofrío le recorría la medula y que el asco se acumulaba en su garganta.

-¡Aaaaaaggh suelta eso, no mames!- Exclamo Pedro con una mezcla de terror y asco mientras se apartaba de aquel repulsivo muñeco  tuerto de su Presidente que Juan sostenía en su mano.

 

Juan, que parecía confundido miro de nuevo al muñeco de Peña  y lo soltó horrorizado al ver lo mismo que Pedro: gusanos enormes, blancos  y babosos. Se contorsionaban dentro de la cabeza de goma del muñeco, se agitaban como poseídos y comenzaron a sacar sus pequeñas cabezas por la cavidad en la que alguna vez estuvo el ojo faltante del Presidente. Cubierta de un traje que misteriosamente conservaba su limpieza casi intacta.

-¡No mames! Pero si cuando la desenterré estaba bien, era precioso como el mismo Peña Nieto y parecía sonreírme.

El único ojo que le quedaba a la muñeca era inquietante: grande pero con la parte blanca pintada de negro y con un iris pequeño e intensamente rojo en el cual había una diminuta y demoniaca pupila.

¿Qué clase de enfermo mental había escondido a un muñeco del presidente tuerto bajo tierra? ¿Por qué los gusanos se aglomeraban en la cabeza del muñeco? ¿Sería verdad lo del frio que menciono Juan?

 

Ambos chicos, realmente asustados, salieron corriendo del lugar, sintiendo como la mirada del único ojo de ese muñeco se les clavaba en la espalda. Únicamente pararon un par de veces, veces en las que Juan se detuvo a vomitar, cosa normal si pensamos que tuvo en sus manos a cientos de gusanos sin darse cuenta. Pero al llegar a casa, Juan parecía que no lo abandonaban las náuseas, seguía vomitando y su cara tornó a un tono amarillento verdoso.

 

Los dos amigos pensaron que se recuperaría en un par de horas, pero no fue así. Con el paso de los días, Juan cada vez estaba más delgado, pálido y débil. Tenía el aspecto de uno de esos enfermos terminales que llevan años luchando contra la muerte en una habitación de algún hospital y los médicos no acertaban a diagnosticar una causa para su enfermedad. Una semana después de desenterrar al muñeco, Juan desapareció.

 

Desconsolado por la desaparición de su amigo, Pedro empezó a relacionarse cada vez menos con los demás y a pasar recreos en la biblioteca del colegio, en su casa devoraba libros avivadamente  y los fines de semana visitaba librerías. Los libros eran sus nuevos amigos, y su refugio. Buscaba explicaciones para poder entender lo que había sucedido con Juan.

 

Un día, años más tarde mientas caminaba por la calle, Pedro vio en un puesto de periódicos una foto de Juan en la portada de un periódico donde decía lo siguiente: “PRI tiene nuevo candidato para Jefe de Gobernación. Pedro no podía creerlo, su amigo de la infancia no había desaparecido, peor aún, se había convertido en Priista, algo que pedro jamás había pensado y que lo termino por destruir. Esta noche, Pedro se suicidó.

 

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