Gerardo Fernández Casanova
La democracia representativa formal, la que se sustenta en la cultura occidental cristiana, registra niveles importantes de rechazo en varios países, tanto entre los llamados desarrollados, como en los que no alcanzan tal calificación. La realidad es que el modelo de democracia ofrece cada vez menores niveles de bienestar social, en cambio lo que aumenta considerablemente es el grado de molestia social, rayano con el encabronamiento.
Dicen que Winston Churchill decía que la democracia es el peor de los sistemas políticos, a excepción de todos los demás. No sé cuando lo haya dicho, pero no hace menos de 70 años que así se refería. De entonces a la fecha la descomposición del modelo ha sido espectacular, especialmente en la medida de que se han desarrollado tecnologías de manipulación de masas cada vez más sofisticadas. La teoría del gobierno del pueblo por y para el pueblo, está cada vez más lejos de cumplirse. Por el contrario, la concentración del poder en las élites gobernantes crece exponencialmente, sea en sistemas parlamentarios o en los de corte presidencialista, en tanto que la mayoría popular permanece ajena a los asuntos públicos. En paralelo, la economía obedece a la misma pauta de concentración ofensiva de la riqueza en unas cuantas manos, con una creciente pauperización de la mayoría.
Uno de los pilares en que se sustenta esa democracia es la competencia partidista y la posibilidad de la alternancia en el ejercicio del poder, y es en esto donde radica uno de los más importantes factores del deterioro. Si en la economía la competencia registra graves imperfecciones, en la materia política lo único perfecto es su imperfección. Ni es representativa ni formal. En la teoría, la competencia política daría lugar a la selección de los mejores, pero la realidad ha mostrado que el resultado es que el triunfo se lo llevan los peores: los que gastan más dinero, que después recuperarán con creces por la vía de la corrupción; los que mejor engañan por medio de tretas mercadotécnicas que hacen parecer angelicales a sujetos totalmente rechazables; a los que ofrecen el oro y el moro en discursos anodinos al gusto de cada tipo de audiencia; a los que son incapaces de mostrar una forma de vida republicana y honesta; en fin, a quienes mayor capacidad tienen de trucar la voluntad electoral del pueblo.
Desde el poder, tal tipo de malandros se encargan de perpetuar su modo de hacer política y se aseguran de seguir gozando de las delicias del poder. Es más, para ninguno de ellos el poder significa un servicio público que implique sacrificio del bienestar personal y levantan los brazos y exhiben una ofensiva sonrisa de campeones cuando de jurar se trata, sabedores de la falsedad de su compromiso.
La oportunidad de servir se queda desdibujada cuando se desata la competencia por un determinado cargo público; sólo florece la muestra de la ambición por un empleo que rendirá pingües ganancias. Para designar a funcionarios “ciudadanos” por el senado, por ejemplo, se apunta una larga lista de buscadores de “chamba” que abultan informaciones curriculares que exageran los méritos y esconden lo nocivo; así, los que realmente tendrían que ser nominados se abstienen de participar por una exigencia mínima de dignidad personal. Es muy distinto el decir “yo quiero ser” al muy republicano “nosotros queremos que fulano sea”, sobre todo si ese nosotros viene de colectivos prestigiados.
Los medios de comunicación masiva, normalmente en manos de empresarios en busca de la mayor rentabilidad posible, operan como otro partido en la contienda, en la que no juegan directamente el puesto, pero sí el aseguramiento de las condiciones que les permiten acumular el mayor capital posible, en dinero y poder. En México lo vivimos permanentemente, pero más acre resulta su constatación en Argentina, Brasil y Venezuela, donde constituyen la matriz de la oposición a los gobiernos progresistas. La campaña de El Clarín contra Cristina Fernández o de O Globo contra Dilma Rouseff son clara muestra de su juego político a favor de lo peor y en contra de lo mejor. Lamentablemente los dueños de la tecnología, sus inventores, son las empresas del imperialismo auspiciadas por la CIA y sus congéneres, y no hemos podido desarrollar desde la izquierda una tecnología que, por lo menos, la neutralice.
Lo único que podemos hacer es una gigantesca campaña educativa política que resulte en un torrente imparable de votos a favor de lo que consideramos mejor. Así sea.
gerdez777@gmail.com
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