Gerardo Fernández Casanova
La decisión de cancelar el proyecto en construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, facultad propia del Presidente de la República, respaldada por el 70% del millón de ciudadanos que acudieron a la consulta organizada para el efecto, en contra de la opinión del empresariado y, particularmente, del gran capital criollo, significó algo más que un delicado cambio de proyecto técnico, fue la oportunidad de poner las cartas sobre la mesa: se acabó la corrupción y los privilegios de los pocos, para dar lugar a una nueva forma de gobernar y de entender la democracia en la que la ciudadanía juega el papel protagónico. De eso se trata, ni más ni menos.
Como era de esperarse las “cúpulas” empresariales pusieron el grito en el cielo, las calificadoras de inversión asestaron un primer aviso y el peso registró un desliz de 3%. Ello no obstante el compromiso del Presidente Electo de ser acucioso en respetar el estado de derecho y de honrar los contratos vigentes, en términos de no afectar intereses legítimos. El berrinche responde a lo que ellos llaman “capricho” de López Obrador.
La realidad es que el terciopelo de la transición ya se gastó, que la esperada guerra ya comenzó y pinta para afectar todo el sexenio, al estilo acostumbrado por las oligarquías latinoamericanas (hoy más envalentonadas con su triunfo en Brasil): López Obrador es bastante hábil para sortear los obstáculos y, con alto grado de certeza, sabrá capotear las embestidas; sin embargo es una clara llamada de atención para fortalecer la movilización popular en dos sentidos: uno el de la permanente manifestación de apoyo crítico al Presidente ante cualquier circunstancia que lo demande, y dos la sustanciación de la economía popular en todas sus vertientes.
Es posible que no me equivoque al considerar que la guerra mediática ya aprendimos a librarla. Las “benditas redes sociales” podrán seguir jugando el papel de palenque en el que las fuerzas pueden equilibrarse. Pero me quiero referir de manera particular a los embates contra la economía popular; no estamos preparados para resistirlos, incluso, nos son desconocidos como tales: la inflación y las devaluaciones intencionadas; el acaparamiento y la carestía de productos esenciales; los embargos a las importaciones sensibles, en fin, cosas como las aplicadas en Chile cuando Allende o ahora mismo en Venezuela. Son mecanismos de receta que pudieran llegar a suceder en un México solitario (sin Brasil y sin Argentina y con Trump en USA).
Para que la transformación buscada tenga viabilidad y que el nuevo régimen no se vea doblegado será indispensable el blindaje de la economía en la base del pueblo; las becas y las pensiones son de gran importancia pero, en un momento de crisis, no serán suficientes. La única real solución radica en la producción y el consumo solidarios de satisfactores socialmente válidos, incluidos la alimentación, el vestido, la salud, la educación, el transporte y la recreación. Es pertinente considerar que, en la medida que seamos dependientes del exterior en nuestros consumos, estaremos sometidos a lo que dicten los poderosos intereses nacionales e internacionales. La Cuarta Transformación implica el cambio del estatus de la economía, pero eso depende sólo parcialmente de la decisión del nuevo gobierno, esa realidad depende mayormente de la acción ciudadana. López Obrador podrá enarbolar la bandera de su autoridad moral, pero es muy probable la respuesta de la realidad inmoral, con provocación del sufrimiento de la población achacada a las “caprichosas decisiones del presidente populista” y, con ello, minar su soporte social. Sin duda esta será la materia de la lucha.
En la alimentación se formulan los proyectos para proveer e la soberanía, mediante precios de garantía suficientes; pero requiere de la respuesta eficaz del campesinado superviviente. En el vestido se requiere reforzar las cooperativas de confección y la priorización de fibras y telas de origen doméstico para elaborarlo. Habrá que lograr mayor incidencia en la salud solidaria y en la autoconstrucción de vivienda que capitalice la mano de obra del grupo social (el tequio urbano y rural); privilegiar el transporte colectivo y cooperativo, así como la recreación vernácula sin afectación de modas y efectos extranjerizantes. Desde luego, garantizar la democracia sindical y recuperar la dignidad del trabajo. Actuar así no sólo nos protege, sino que nos ofrece mayor felicidad y, precisamente, de eso se trata.
gerdez777@gmail.com
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