Orlando Plá
Los fenómenos sociales tienen muchas aristas, y pueden describirse desde distintos ángulos, que proporcionan imágenes asombrosamente disímbolas.
La popularidad del actual presidente es uno de estos fenómenos interesantes que puede abordarse desde diferentes perspectivas.
Durante más de 12 años fue construyendo una estructura capaz de integrarse al imaginario popular con una cubierta de teflón que impide su asociación con cualquier suceso de la realidad, con independencia de que los hechos sean o no aceptados como efectivamente ocurridos.
El soporte principal de toda la estructura lo constituye la corrupción de los gobiernos anteriores, que tuvo su punto culminante en el gobierno de Enrique Peña Nieto, quien le facilitó los elementos para triunfar en unas elecciones con la gran promesa de eliminar todo lo que le había conducido al poder.
El primer golpe de efecto fue la cancelación de un aeropuerto previsto para ser uno de los 10 más modernos del mundo, que podría convertirse en el centro de distribución de vuelos más importantes de Latinoamérica, y que sería autofinanciado con los derechos de uso (TUA). La cancelación se hizo con el argumento de impedir negocios corruptos asociados a la obra; sin embargo, cinco años después, no hay un solo corrupto enjuiciado por los negocios del aeropuerto, y el gobierno sigue pagando cifras extraordinarias derivadas de la cancelación, adicionales a las invertidas en la construcción de un aeropuerto auxiliar que no logra reducir la presión del AICM, que ya se encuentra colapsado.
A pesar de que no existe ningún argumento real que justifique la cancelación del nuevo aeropuerto y construcción del AIFA, y los costos de la decisión han creado una importante deuda para el país y gran afectación de las oportunidades comerciales y turísticas de México, la mayor parte de la población no asocia este desastre con la figura presidencial.
Son muchas las decisiones durante el sexenio que han tenido un elevado costo económico y social, con numerosas pérdidas de vidas, de competitividad, y del tan mencionado bienestar de los mexicanos, adicionales al incremento de la deuda que pagarán las futuras generaciones. Todas calculables con las cifras que emiten los órganos oficiales que aún trabajan de forma razonablemente independiente.
Al parecer, el mensaje inicial basado en la promesa de ser “diferentes” de los que lo condujeron al poder, generó un hipnotismo colectivo en todos sus seguidores, que los desconecta de cualquier realidad que pueda oponerse a la imagen que conformaron en sus mentes del individuo que iba a “crear un México nuevo” y encarnaba la “esperanza”.
La pretensión de analizar las cifras y buscar explicación a lo ocurrido es interpretada como una agresión al gobierno y un intento de regresar al pasado que logró irritar a buena parte de la población al punto de bloquearle por completo la visión de la realidad.
El discurso presidencial ha impuesto la falsa disyuntiva de que México sólo puede sumergirse en la falacia que dicta el actual gobierno o regresar al pasado, y es que la propuesta excluye y desconoce por completo el futuro, oponiéndose a la educación de calidad, apoyo a la ciencia y promoción de la diversidad.
Ese discurso que denuesta las aspiraciones y sueños del individuo, con la intención de volverlo vulnerable y dependiente de los apoyos y dádivas, es la gran red que atrapa a todos los que quieren creer en que pueden vivir de algo diferente a su propio esfuerzo.
Existe un México distinto, que primero tiene que germinar en la mente de cada uno de nosotros, donde los que construyen somos más que los que destruyen, y los que producen, muchos más que los que pretenden vivir del trabajo de los demás.
Es tiempo de entender que el avance de un país depende del empuje de cada uno de sus ciudadanos y no de la voluntad de un político que pretende ser el intérprete de los “deseos del pueblo”.
La sociedad no puede continuar anclando sus esperanzas en que aparecerá un salvador que nos conduzca a un futuro que, ni conoce, ni entiende.
En general, los líderes políticos pueden ser buenos motivadores y, a veces, llegan a tener visiones atractivas de lo que debería ser la sociedad; pero ésta se ha vuelto mucho más compleja de lo que eran las tribus hace miles de años y, aún en esas épocas, el líder carismático y fuerte, conducía a su pueblo “acotado” por un “consejo de ancianos”.
La versión actualizada del consejo de ancianos la constituye la red de instituciones públicas que, con base en las leyes que reflejan la experiencia y consenso, y un conjunto de expertos que las operan, limitan las posibilidades del que dirige, para conducirnos por caminos erróneos.
Las sociedades que progresan lo hacen mediante el diseño y aplicación de leyes que premian a quienes generan beneficio social y encarecen las actitudes contrarias. La velocidad del progreso está en función de la diferenciación entre las conductas, siendo evidente que si se trata igual al que construye que al que destruye, no hay avance.
Lamentablemente, la mayor parte de los políticos que han dirigido este país, le han quedado muy pequeños, lo cual ha obstruido la posibilidad de desarrollar el verdadero potencial que tiene México.
Seguramente existen excepciones, pero la mayoría se ha dedicado a procurar beneficios personales o de clan, a través de obras de horizonte limitado, y no es común que se dediquen a gobernar.
No podemos decir que hay gobierno donde existe otro gobierno paralelo que cobra cuotas a los empresarios (e incluso a los empleados) por realizar sus funciones. Quien gobierna un territorio no permite que orto cobre impuestos sobre la misma base.
Tampoco es posible pensar que hay un gobierno si otros ejercen la violencia en el mismo territorio “gobernado”, y la vida y propiedades de los habitantes están sujetas a la decisión de quienes ejercen la violencia.
Recuerdo que hace años un amigo ecologista impartía una conferencia orientada al tratamiento de desechos, y explicaba cómo debemos conducirnos como sociedad para evitar la producción de basura, convirtiéndola en materias recuperables en su mayor parte, poniendo ejemplos de cómo esto se hace en otros países. Entonces, una de las asistentes le preguntó “¿Cuánto demorarían los mexicanos en adquirir la conciencia para comportarse de esa forma?”, y me sorprendió su respuesta: “45 minutos”. Cuando la asistente le dijo que era imposible, le explicó: “Párese en la frontera y verá que los que se comportan de un modo negligente, prepotente y desordenado, cambian por completo en cuanto están del otro lado”. En ese momento comprendí el motivo: De un lado no hay gobierno, y del otro sí lo hay.
Y este concepto de respeto a la ley y a las instituciones es la base de la convivencia social y el sustento del desarrollo.
La cultura de las sociedades se ha conformado a lo largo de la historia con el ejercicio de estímulos positivos y negativos hacia cada una de las manifestaciones del comportamiento humano. El mandamiento de “No matarás”, presente en todas las religiones, surtió efecto a partir de que el acto de matar provocó una consecuencia sobre quien lo hizo, que, a su vez, fue el método didáctico para disuadir a cualquier otro interesado en matar.
El beneficio que pueden generar las clases de ética y civismo, que se han omitido y deben regresar, tiene que ser reforzado por el rechazo palpable a la conducta nociva a la sociedad, materializado en una acción del gobierno. Si el gobierno no es capaz de hacerlo, en realidad, no gobierna, y abre el espacio para que gobierne que toma la iniciativa.
Todos los espacios en los cuales no se ejerce el poder, son ocupados por alguien que aprovecha el vacío para ejercerlo, y quien represente el poder y no lo ejerce, es totalmente responsable de los actos que cometan los que le arrebaten su poder, y no tiene sentido que se declare una víctima.
De el mismo modo que es innegable la cadena de errores de gobiernos anteriores que lograron saturar a la población para abrir el camino al gobierno actual, es también innegable la secuencia de errores derivados de las decisiones del presente gobierno; y la disyuntiva no puede estar entre regresar a las estructuras anteriores, o continuar destruyendo el país con el esquema actual, ninguna de estas dos vías nos conduce al futuro.
México puede y debe crecer, pero para ello necesita un pueblo educado, informado y con instituciones fuertes que hagan cumplir la ley y supervisen cada uno de los actos de quienes reciban el poder y administren nuestros recursos.
Empresario y maestro en economía por El Colegio de México.
Funcionario en Hacienda, Asesor del Centro Interamericano de Administraciones Tributarias. Profesor de FLACSO, ITESM y otros.
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