Gerardo Fernández Casanova
Los copetudos, el rubio del norte y el moreno del sur, coinciden en muchos aspectos; ambos hacen alarde de sus avances y de la poca aceptación de que son objeto. El troglodita del norte, Trump, recrimina a sus opositores demócratas de no haber aplaudido, como sí lo hicieron sus amigos republicanos, las “excelentes” noticias vertidas en su informe del estado de la nación y, sin mesura, les acusa de traición a la patria. Peña se lamenta de que en las ruedas de prensa no le aplaudan y se da por enterado: “ya sé que no aplauden”¸ pero en la ceremonia de conmemoración del 101 aniversario de la Constitución, en Querétaro, dijo que “Desconocer los avances alcanzados es fallar a la verdad, desinformar a la sociedad y degradar la política”. ¿Por qué será que no les aplauden?
Peña está urgido de que se le reconozcan los avances y se le otorgue credibilidad a su palabra, sabiendo que su candidato a sucederlo no levanta emoción alguna en el electorado, no sólo por su tibia personalidad, sino por el fardo de desprestigio que tendría que remontar. Pero al urgido presidente sólo se le ocurre pedir que le crean y le reconozcan, sin modificar un ápice las causas que han provocado el alto grado de rechazo a su persona y a sus políticas. Como producto de la manipulación mercadotécnica no puede entender que, no obstante las carretonadas de dinero gastadas en la propaganda de sus supuestos logros, la aguja de medir la aceptación social sólo marca su descenso. A lo mejor es cosa de los brujos o de los rusos tan temidos. Peña hace campaña a favor de Meade, quien responde con su sonrisa bobalicona, aunque ha de estar pensando en el famoso “por favor, mejor no me ayudes compadre”.
Lo cierto es que, independientemente del carácter execrable de ambos personajes, lo que ha merecido el repudio popular son sus proyectos de nación; el uno supremacista imperial y el otro simple entreguista colonial. Lo que para ellos son avances, para la sociedad son graves retrocesos; por eso en vez de aplausos reciben sonoras mentadas maternales y abucheos. El del norte enfrenta las elecciones de medio cuatrienio y el del sur las de cambio de sexenio; el pronóstico en los dos es de perder y perder.
Más allá de lo anecdótico, lo que sucede en ambos países habla del agotamiento de las formas caducas de la política y de la democracia al estilo norteamericano, que no es democrática ni es política. No es entendible que un troglodita, como lo es Trump, sea el presidente de los Estados Unidos habiendo registrado oficialmente dos millones de votos menos que su adversaria perdedora. Tampoco lo es que una persona inventada por una empresa de la televisión privada, con recursos económicos incontrolados para la compra de millones de votos, se montara en la presidencia de México. En los dos casos la voluntad del pueblo elector resulta burlada y violentada. No es muy diferente lo que pasa en una considerable cantidad de países que obedecen al mismo modelo. El afán de imponer una cultura estandarizada y una economía globalmente dominada ha hecho de la política un instrumente subordinado y de la democracia una simulación de telenovela. De ahí el desasosiego que se manifiesta en el mundo; el deterioro de los esfuerzos por asociar países en organizaciones supranacionales (la Unión Europea y el TLC); de ahí también la violencia social y las migraciones, el peligro de la guerra tan cercana.
Hace falta el emprendimiento de cambios de fondo en las formas del relacionamiento humano, entre sí y con la naturaleza, que lleve a que la acumulación de conocimientos se empareje con el real perfeccionamiento de la humanidad entera. No hacerlo y dejar que sigan siendo la codicia y la competencia los motores del llamado desarrollo, sólo servirá para la acumulación del rencor.
gerdez777@gmail.com
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