J. Rigoberto Lorence
México está bajo el acoso de una migración organizada desde la frontera sur en forma de caravanas de ciudadanos famélicos y en momentos encolerizados, mientras en la del norte Donald Trump cierra las garitas a la exportación de nuestros productos y al tránsito de nuestros viajantes, convirtiendo la maniobra en una tenaza que pretende poner a nuestro país de rodillas.
México se encuentra presionado a causa de la enorme expulsión de migrantes, la mayoría procedentes de Centroamérica –pero que incluye personas procedentes de al menos tres continentes– que intentan llegar al mercado laboral más grande del mundo, mientras el showman de la Casa Blanca va sacando raja electoral a costa de lo que sea, incluso del posible deterioro de su economía.
Desde el año pasado los migrantes centroamericanos han venido aplicando la táctica de viajar en grupos, ya que es una manera de autoprotección ante la precariedad de su situación, sin que haya dejado de fluir la emigración hormiga. Es un problema real que con el tiempo se irá incrementando, por lo que el gobierno de México deberá tomar las decisiones más adecuadas y las medidas más enérgicas.
Contra la movilización de los migrantes se han agravado fenómenos como la trata de personas, el narcotráfico y otros, por lo cual la gran masa de viajeros se ha colocado en condición de ser objeto de agresiones por la delincuencia organizada tanto de Centroamérica como de México y USA. En Ciudad Juárez, empresarios afirman que los norteamericanos fomentan las caravanas con fines de lucro económico y político.
Un fenómeno trasnacional como la migración ha sido aprovechado –y posteriormente fomentado- por los factores reales de poder que lo promueven y empujan a un largo trayecto durante el cual los migrantes son secuestrados, las mujeres violadas y sus familiares extorsionados por los criminales. Contra ellos se han cometido las peores atrocidades, como en los casos de San Fernando, Tamaulipas, o la violencia que se les aplica tanto en el largo camino como en los diversos destinos de la frontera norte.
El gobierno de México ha cometido un error al otorgarles masivamente visas humanitarias por el solo hecho de ser migrantes. De acuerdo con los criterios oficiales vigentes, los migrantes son seres humanos en condición de vulnerabilidad por lo que se les debe apoyar.
Al encontrarse con facilidades tan fuera de lo común, los centroamericanos acrecentaron su avalancha y ahora se han convertido en multitudes sin control. Además, muchos de ellos vienen exigiendo el tratamiento humanitario, y pelean contra los agentes mexicanos. La enorme cantidad de solicitantes dificulta los trámites para el otorgamiento de las visas, sobre todo las de tránsito que pide la mayoría de ellos.
En las ciudades chiapanecas –donde tradicionalmente se les había ofrecido apoyo, comida y medicamentos– la población empieza a resentir el golpeteo de la migración y se han empezado a sentir algunos síntomas de xenofobia. Pero hay también migrantes que han encontrado buenas condiciones de vida y desarrollo familiar tanto en Chiapas como en otros lugares del país, incluyendo la zona fronteriza del norte.
Donald Trump ha usado el pretexto de la migración como tema electoral desde un principio. La construcción de su fantasmagórico muro y sus maniobras para declarar a USA en estado de emergencia, en realidad no resuelven nada, y solo empeoran la situación de un país como el nuestro, que se ha convertido en paso obligado de los millones de desheredados de los países del Triángulo de Oro.
El gobierno de USA juega con todas las ventajas. Recibe miles de solicitudes de asilo por motivos humanitarios, pero mientras sus jueces las resuelven, devuelve a los migrantes a México, convirtiendo a nuestro país en una especie de dormitorio a la espera de que sus autoridades otorguen o denieguen lo solicitado.
Es una situación muy delicada, que tiene rasgos diferenciales con otros fenómenos migratorios. La guerra de Siria ha producido millones de refugiados, dispersos aún en campos de Turquía y otros países. En Turquía hay 2.7 millones de refugiados sirios, y en Líbano 1 millón. Pero ninguno de esos países sufre el golpeteo de una superpotencia para que los rechace. Lo mismo sucede con los gobiernos europeos, que se confrontan de vez en cuando por el asilo humanitario de los refugiados procedentes de Libia y los países al sur del Sahara.
México en cambio tiene que dar la batalla en dos frentes: en el sur para contener, organizar y dar cauce legal a la explosión migratoria, y en el norte para neutralizar las iras de los xenófobos trumpianos. En realidad se trata de un problema generado por la situación geopolítica del país.
Si no hay un análisis fino y detallado del tema, la política migratoria de México, y en general la política exterior, corre el riesgo de colapsar, con resultados no predecibles. Bajo ninguna circunstancia se debe llegar a la represión de los migrantes, pero se deben crear mejores instrumentos administrativos para resistir la avalancha del sur.
Y en la frontera norte, México debe tener mano firme contra las amenazas y amagos de Trump. El nunca dejará de presionar, y mientras se acerque el proceso electoral del 2010, su actitud será más frenética y provocadora, porque está asumiendo actitudes para impresionar a su clientela electoral, los norteamericanos wasp (White anglo-saxon protestant, los blancos anglosajones protestantes) que hasta el momento han hecho posible una presidencia llena de escándalos de corrupción, xenofobia y racismo.
Por lo tanto, el gobierno de México debe prepararse para resistir la doble tenaza por lo menos durante los 21 meses que restan para las elecciones de USA, en noviembre de 2020, y eso sin contar con que Donald Trump pudiera ser reelecto.
Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la UNAM. Militante de las organizaciones democráticas y revolucionarias de México desde hace unos 40 años. Ha impartido cursos de reportaje, redacción y otras áreas dentro del periodismo.
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