J. Rigoberto Lorence
Humberto Moreira, expresidente del PRI, exgobernador de Coahuila y uno de los personajes más notorios de la corrupción que existe en México, se sintió ofendido por un texto de Sergio Aguayo publicado en 2016 donde el escritor señalaba que el personaje despedía un “hedor corrupto”.
De inmediato, el político priísta consideró que su reputación y fama pública habían sido gravemente ofendidas por el escritor, e interpuso una demanda por daño moral ante los tribunales civiles de la Ciudad de México. Hasta aquí no pasaba nada, y la demanda de Moreira no era más que una pillería más de una larga historia que debería añadirse a la picaresca mexicana.
Las sorpresas comenzaron a presentarse cuando el juez de la causa, Francisco Javier Huber Olea, emitió una sentencia condenando al escritor a pagar 10 millones de pesos como reparación del daño, y fijó una cantidad de 450 mil pesos que Aguayo debería entregar de manera perentoria para evitar que sus bienes fueran embargados por el juzgado de referencia.
El escándalo estalló y se hizo mundial. El juez de marras está estableciendo un precedente al admitir la demanda civil contra un periodista, en un obvio intento de acallar y castigar la libertad de expresión de un columnista que tiene fama de riguroso, cauto y analítico. Y por lo mismo, convirtió un asunto jurídico civil en un tema político de primer nivel en el país.
Los vientos de la transformación soplan fuerte sobre el país. Hay un presidente que informa diariamente a la opinión pública de las tareas del gobierno, y a sus conferencias mañaneras asiste toda clase de periodistas, incluyendo a los voceros de algunos sectores de oposición (Denisse Dreser, por ejemplo). Y a nadie se le ha ocurrido el despropósito de interponer una demanda por daño moral contra los periodistas incómodos.
Va quedando claro que el Poder Judicial en su conjunto se va retrasando, y ahora figura como una muestra de un pasado que privilegiaba la adulación y castigaba las opiniones críticas. Sobran los ejemplos: del lado de los privilegiados tenemos a Joaquín López Dóriga, Ruiz Healy y demás miembros del club.
En la trinchera contraria están las publicaciones largamente reprimidas. Como ejemplo están los asesinatos de Miroslava Breach, corresponsal de La Jornada en Chihuahua, y de cientos de reporteros anónimos; del Gato Félix y la represión contra el semanario Zeta, en Tijuana, o Ríodoce, en Sinaloa y su colaborador Javier Valdez, quien encontró la muerte a manos de los criminales.
El juez que condenó al pago de una reparación del daño a Sergio Aguayo es una reminiscencia del pasado, un dinosaurio que se encuentra en proceso de extinción, pero que aún no perece y todavía lanza coletazos de furia represiva.
El asunto daría risa si no fuera tan doloroso. Resulta que hay una clara colusión, un conflicto de interés en el trasfondo del asunto. Rubén Moreira, hermano del ofendido pero impoluto expresidente del PRI, otorgó cuando era gobernador de Coahuila una notaría pública al hermano del juez de la causa, por lo que se configura claramente la colusión de intereses.
El ministro de la Suprema Corte de Justicia, Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, ha propuesto atraer el caso, y juzgarlo a partir de un enfoque donde no tenga cabida el compadrazgo, la colusión o el conflicto de interés.
Lo que podemos proponer, en tanto se ventila el tema, es que se respete con rigor la libertad de expresión. Sergio Aguayo solo expresó una opinión acerca de un asunto bien conocido por la opinión pública. Humberto Moreira está acusado de narcotráfico, desvío de recursos y otros delitos. Inclusive se vio obligado a renunciar a la dirigencia del PRI porque desde esa época ha estado envuelto en escándalos de corrupción.
El Poder Judicial también debe renovarse. Los jueces corruptos son un lastre para la vida política de México, cuando el pueblo está exigiendo justicia y el respeto a las voces disidentes que exponen las lacras que afectan a la sociedad.
Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la UNAM. Militante de las organizaciones democráticas y revolucionarias de México desde hace unos 40 años. Ha impartido cursos de reportaje, redacción y otras áreas dentro del periodismo.
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