J. Rigoberto Lorence
La violenta agresión contra la comunidad mexicana de El Paso, Texas, ocurrida a inicios del presente mes, se suma a la larga lista de agravios contra los grupos nacionales en la frontera norte del país, escenario por décadas de los peores excesos del racismo, la xenofobia y los prejuicios raciales y culturales de los “blancos” contra los hispanos en general, y los mexicanos en especial.
La frontera entre ambas naciones tiene el mayor intercambio de personas y bienes en todo el mundo. Toda la franja fronteriza –-de Tijuana a Matamoros—ha sido el escenario de la confrontación entre las comunidades de los dos países. Siempre ha habido una tensa relación entre ambas sociedades tanto en el aspecto social como cultural.
De hecho, las ciudades mexicanas de ambos lados tienen un alto intercambio de personas. Más del 80 por ciento de los paseños es de origen mexicano, incluyendo sus autoridades, y los ciudadanos trabajan y estudian a uno u otro lado de la frontera. Es habitual que los mexicanos que allá trabajan y ganan en dólares, vengan a Ciudad Juárez a celebrar bodas, cumpleaños, etc., porque acá los costos son muy bajos con relación a lo que pudieran gastar de aquel lado.
De hecho, hay una subcultura Tex-Mex que ha aparecido en toda la región. Se habla un español salpicado de palabras en inglés, o un inglés que ha tomado considerable distancia del idioma de Shakespeare. “Vamos a la marketa”, se dice para indicar que iremos de compras, o “les traje sus christmas a los chavos”, para indicar que se les compraron regalos navideños a los hijos o nietos.
En la frontera la población mexicana tiene mejor nivel de vida que la población del resto del país, básicamente por la existencia de cientos de maquiladoras que pagan el salario mínimo a sus empléalos, superior al mínimo nacional. Hay mejores servicios de gas, agua, internet y otros en las viviendas.
Todo ese mundo de intercambios infunde terror a los “blancos” racistas que no quieren ver como sus ciudades se van poblando de migrantes mexicanos, y quieren detener el flujo a toda costa. Es la ideología del nativismo y la supremacía blanca la que se activa para odiar, discriminar y finalmente matar a los símbolos de la convivencia entre ambas culturas.
Patrick Crusius viajó más de 10 horas desde cerca de Dallas hasta El Paso, ambas en Texas, para ejecutar sus planes de “detener” la migración mexicana mediante un acto de terror masivo que mantiene horrorizado a todo el mundo civilizado, con gran impacto en ambos países y en los principales medios del mundo.
Con el cerebro envenenado por el supremacismo blanco, Crusius encontró un AK-47 y se dirigió a disparar a mansalva contra los mexicanos que abarrotaban una tienda que ofrece las más variadas mercancías, durante un fin de semana cuando los padres mexicanos compraban útiles escolares a sus niños, y visitantes mexicanos hacían su mandado para llevar a su hogar en Ciudad Juárez.
El enloquecido Crusius disparó contra los mexicanos que hacían sus compras como si fueran soldados enemigos que entraban al país por la fuerza, empuñando armamento moderno y amenazando la paz social de USA, en un intento por alterar sus delicados equilibrios raciales y culturales.
Donald Trump, por su parte, condenó el atentado, ofreció disculpas al gobierno mexicano y atribuyó los hechos a “enfermedades mentales” de la juventud de USA. Pero se cuidó muy bien de ocultar su innegable responsabilidad en el origen de los hechos, tomando en cuenta que tiene años pintando como “criminales” a los migrantes mexicanos y combatiendo con medidas arbitrarias todo atisbo de migración.
El canciller mexicano Marcelo Ebrard reaccionó vivamente y habló de acusar al o los autores del delito de “Terrorismo”, y pidiendo la extradición a México a los mismos. AMLO pidió prudencia y señaló que no se deben plantear las cuestiones de manera equivocada, porque allá andan en campaña electoral. Pero la crítica ha señalado que los procesos electorales no pueden exculpar los crímenes, como en esta situación.
En todo caso, el gobierno mexicano tiene la oportunidad de mostrar su apoyo activo y sincero a las familias mexicanas afectadas, así como a toda la comunidad. No es hora de medias tintas, ante la magnitud de los crímenes. Es hoy o nunca.
Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la UNAM. Militante de las organizaciones democráticas y revolucionarias de México desde hace unos 40 años. Ha impartido cursos de reportaje, redacción y otras áreas dentro del periodismo.
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