Gerardo Fernández Casanova
Escuché una plática de Oscar de la Borbolla, connotado filósofo mexicano, en la que se refirió a una especie de filosofía mexicana dentro de la cual el término “ni modo” adquiere carácter emblemático. Se refiere a esa añeja costumbre conformista ante la adversidad que caracterizó al mexicano hasta antes del 1 de julio pasado. Con toda responsabilidad la aplico hoy al rimbombante anuncio de haberse alcanzado una especie de acuerdo comercial con el gobierno de Donald Trump, el blondo troglodita, quien está muy contento con su resultado, un trato que beneficie a su país “tan agraviado” por el anterior esquema; tal como lo anticipé desde el día que se inició la renegociación, el agonizante régimen echó las campanas al vuelo para celebrar el triunfo de México. A la vieja usanza tendremos que volver a decir “ni modo”, aunque aún pudiera suceder algún milagro en el Congreso estadounidense que salvara en algo la situación.
Las fichas se han acomodado de manera muy incómoda. Trump está en plena campaña electoral para lograr brincar las elecciones del próximo noviembre, en las que los demócratas tienen altas posibilidades de capitalizar los errores de Trump, en cuyo caso enfrenta un severo riesgo de ser defenestrado, pero que obligarían a una otra revisión de lo acordado en materia de comercio con México. Por su parte, el Presidente Electo tuvo que ser en extremo prudente para no provocar una crisis mayor por exigencias de cambios sustantivos en el referido tratado, aunque celebra que su representación en las negociaciones logró una nueva redacción en materia energética que privilegia la soberanía nacional sobre los hidrocarburos, sin que hoy sepamos su real significado. Otra vez, ni modo. Las fichas y las fechas se acomodaron para no poder avanzar en la transformación del país.
Para mi manera de entender las cosas, existe un profundo conflicto entre el discurso y los proyectos del Presidente Electo y la permanencia del TLC. López Obrador ha culpado al neoliberalismo como el factor del rotundo fracaso de la economía y que debe ser desechado; mientras que el TLC es un aferrado puntal de dicho sistema neoliberal. También ha postulado que los mexicanos podamos producir lo que consumimos, lo que se opone rotundamente con el espíritu y la letra del famoso tratado. Ha dicho, López Obrador, que la infraestructura será construida por empresas mexicanas, en total contradicción con lo dispuesto por el TLC. Por sólo mencionar casos claramente expuestos.
Estoy claro que la cancelación abrupta del TLC o el simple retraso en su renegociación, implicaría una tremenda crisis para el gobierno entrante; los buitres de las calificadoras de inversión lo han venido socarronamente advirtiendo desde los tiempos de la campaña electoral, la confianza en el país se vendría abajo y el costo de la deuda subiría al cielo. Los empresarios están en esa misma tesitura por razón de los beneficios que los grandes capitales han registrado bajo el paraguas del libre comercio. Entiendo que la transformación buscada está obligada a dosificar sus avances y sus empeños, que arrancar el gobierno con una crisis daría al traste con las mejores intenciones, lo que explica y justifica la prudencia. Pero los mexicanos quisiéramos poder tener mayor claridad en la información para entender y no caer de nuevo en el dichoso ni modo.
Por cierto, hago un paréntesis para reconocer y celebrar la decisión de MORENA de, primero, renunciar al 50% de las prerrogativas financieras a las que por ley tiene derecho y, segundo, por la decisión de dedicar el 50% de la que reciba a la capacitación política y la formación de cuadros. Hace falta mucha cultura para entender e interpretar la realidad y debatir las alternativas de su transformación. Enhorabuena y mis mejores deseos de que se logre.
Cierro el paréntesis para concluir que el camino de la transformación está pleno de obstáculos, que habrá que ir venciendo a profundidad pero con prudencia. El dinosaurio sigue aquí a lado nuestro y, de un coletazo, puede acabar con los afanes nacionales. Ni modo.
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