Gerardo Fernández Casanova
La IV Transformación pretende revolucionar al país de manera pacífica y democrática; camino en extremo complejo y difícil de transcurrir; la reacción queda viva para oponer cualquier número de obstáculos en el afán de frustrarla, de ello contamos con muchos ejemplos en Nuestra América. Independientemente de su alto grado de dificultad es preciso establecer que es la única alternativa posible; un golpe de fuerza armado sólo lo puede realizar la reacción contrarrevolucionaria, jamás el pueblo.
En esta circunstancia, sólo un liderazgo fuerte con gran apoyo popular puede llevar a cabo el cambio buscado, bajo la figura del presidencialismo democrático, respetuoso y promotor de un auténtico estado de derecho. La reacción, por ende, aplica toda su energía al debilitamiento de ambas características, en la medida en que su capacidad de presión se lo permita. Debo reconocer que existe un sector de demócratas puros que, siendo proclives al cambio, son reactivos a la concentración del poder presidencial y que, en cierta medida, les asiste la razón histórica.
La elección del 1 de julio de 2018 fue clara en otorgar el poder total al Presidente López Obrador, haciendo a un lado las sugerencias en el sentido de votar en contra para el legislativo; la votación fue informada y consciente de otorgar el mayor poder posible al candidato López Obrador sumándole legisladores y gobernadores. Esta es la legitimidad del régimen presidencialista y de sus acciones de gobierno, aunque no guste ni a la reacción ni a los teóricos de la política.
Se habla de la necesidad de contrapesos como si no existiera un cúmulo de poderes fácticos que, sin la legitimidad del voto, cuentan con suficiente capacidad para obstaculizar las tareas de la transformación: el gran capital en el primer lugar de la fila. La indispensable vía democrática obliga a lograr resultados inmediatos y afirmativos en la economía popular; de lo contrario sería muy fácil diluir el respaldo mayoritario. De aquí que, sin traicionar principios como el combate a la corrupción y la separación de los intereses particulares y el público, se procure llevar la fiesta en paz. AMLO ha mostrado habilidad para lograrlo.
Otro instrumento para acotar al presidencialismo es el de los organismos públicos autónomos, que sólo son tales respecto de cualquier poder diferente al que los creó y les impuso a sus directores o consejeros, aunque muy dispuestos a ejercer su autonomía a otro poder transformador. El Presidente López Obrador no ha disimulado su desprecio por tales instrumentos de la simulación democrática, todos sobrecargados de personal “especialista” y de alto costo. La sequía presupuestal ha sido instrumento eficaz para que los privilegiados abandonen el barco. No podría ser de otra forma. Tales organismos fueron parte de la herencia envenenada para evitar la transformación, especialmente en materia energética.
Especial rol juegan los organismos de la “sociedad civil” o no gubernamentales bajo el disfraz de la participación ciudadana, con sus honrosas excepciones, que no son otra cosa que instrumentos de los intereses de la reacción conservadora. Un botón de muestra: Mexicanos Contra la Corrupción A. C. que interpuso una andanada de amparos contra la cancelación del aeropuerto en el Lago de Texcoco y contra la construcción del de Santa Lucía, simplemente “por joder”. O el flamante membrete del inefable Enrique Krause: Mexicanos Contra la Relección A. C. que acusa al Presidente de querer reelegirse cuando no ha pasado un año de haber tomado posesión del cargo. “Ladran, Sancho…”
El presidencialismo es un sistema idóneo a la idiosincrasia mexicana y el presidencialismo fuerte es un ingrediente fundamental si se pretende una transformación auténtica en favor del pueblo. El Presidente López Obrador así lo entiende y así está llevando los asuntos de la cosa pública. Intenta dosificar sus batallas; enfrenta algunas y posterga otras, en la medida de lo posible. La reacción quisiera plantearlas en simultáneo y acorralar para doblegarlo, en ocasiones con el inocente concurso de defensores de intereses legítimos o con el avieso aprovechamiento de los legítimos para fines distintos.
No dudo de la comisión de errores ni de la importancia de la crítica para corregirlos, pero habrá que afinar la inteligencia para que no nutra a la reacción. Es hora de dar, todos, la batalla por el cambio verdadero.
gerdez777@gmail.com
Dejar una contestacion