Racismo y clasismo en el centro del debate

 

 

 

J. Rigoberto Lorence

La atención nacional estuvo ocupada durante la última semana en un tema que tiene la máxima importancia para el avance de las transformaciones sociales: el racismo, el clasismo y las buenas conciencias que de manera “inocente” reclaman que se haya silenciado la voz disidente de un comentarista que dedica sus espacios a la difusión de contenidos discriminatorios a través del chiste y la mofa.

 

Me refiero, sin duda, a Chumel Torres, comediante con millones de seguidores en redes sociales, y que se ha destacado por sus chistes racistas y clasistas. Este personaje fue invitado a participar en un foro sobre dichos temas, convocado por Conapred –organismo supuestamente dedicado a luchar contra la discriminación—y que no se pudo realizar por la enorme ola de protestas que levantó.

 

Los demás invitados –el actor y activista Tenoch Huerta y otros—fueron aceptados; pero que Chumel Torres fuera convocado a un foro contra el racismo y el clasismo incendió las redes y culminó con la cancelación del foro, la renuncia de la titular de Conapred y el amago de desaparición del organismo.

 

El debate, finalmente, se ha desplazado a la función de los organismos encargados de luchar contra la discriminación en especial, y contra toda forma de injusticia en general.

 

En México estamos acostumbrados a discriminar a todo mundo: a las mujeres, a los indígenas, a las sirvientas, a los negros, a los ninis, a los inválidos, a los nacos, y muchos lo hacen a través del chiste, de la burla, de los cuentos picantes y de la enorme gama de recursos que a ciertas personas les otorga una posición relevante como individuos de la clase alta.

 

Así ha sido desde la época de la Conquista, en el siglo XVI. En la punta de la pirámide de la nueva sociedad quedaron los peninsulares, luego los criollos, los mestizos y después los indígenas, los negros y las personas que resultaron de la mezcla de estos individuos.

 

Siempre ha habido una estrecha conexión entre racismo y clasismo en México. Los “inferiores” deben quedar ahí, estacionados y dependientes, explotados y silenciosos, mientras los individuos de las clases altas e intermedias pueden avanzar en la escala social, siempre de acuerdo con el color de su pìel, de su dominio del lenguaje, de su vestimenta y sus modales.

 

Sor Juana Inés de la Cruz (Juana de Asbaje y Ramírez Santillana) fue discriminada y encerrada en un convento por un doble pecado imperdonable: ser mujer y ser hija ilegítima de su madre. Estos rasgos familiares eran severamente castigados por la moralina de las clases dominantes, y sirvieron a sus enemigos para atacarla, encerrarla, destruirla. Solo la brillante luz de su poesía, su cultura y su ingenio han hecho que su memoria perdure entre nosotros.

 

Otro tanto sucedió con Juan Ruiz de Alarcón, dramaturgo mexicano del Siglo de Oro español, quien tenía un defecto congénito (era pequeño y jorobado) contra quien Francisco de Quevedo dedicó feroces versos satíricos.

 

En fecha reciente, la actriz mexicana Yalitza Aparicio fue duramente atacada por su aspecto, aún cuando había recibido un premio internacional por su actuación en la película Roma, de Alfonso Cuarón.

 

Podemos traer a la memoria multitud de casos de discriminación en México por cualquier concepto: desde los programas televisivos de Nacasias y Nacarandas pasando por los Pirrurris y continuando con los ilustres comentarios del presidente del INE, Lorenzo Córdova, acerca de la manera de hablar de un grupo de indígenas con quienes se entrevistó.

 

Los diversos gobiernos han tratado de hacer algunos esfuerzos por combatir la discriminación. El Conapred, por ejemplo, data del gobierno de Vicente Fox. Solo que antes las cosas se hacían para cumplir con el expediente, para mostrar al mundo nuestros “avances” en la materia, y finalmente para crear plazas a ocupar por los hijos predilectos de la élite.

 

Este organismo autónomo ha servido, finalmente, para perpetuar el sistema de explotación y su gemelo, la discriminación, sin la cual no se justifica aquella ante los ojos de la sociedad. Eran solo para “taparle el ojo al macho”, como se dice en el Bajío para describir la simulación burocrática.

 

En esta coyuntura, y con el racismo en retirada tanto en USA como en México, la ofensiva del gobierno obradorista se fue al fondo. En juego está hoy el papel de los organismos que sirven para algo, desde el punto de vista de los intereses de los poderosos. En principio dichos organismos fueron pensados para solucionar algún asunto, pero de inmediato surgieron con toda una carga burocrática donde aparecieron direcciones, subdirecciones de nombres rimbombantes, oficialías mayores, oficinas de prensa, planeación, análisis y una maraña de instancias que terminan por hacer lento y pesado cualquier trámite.

 

Hay que tomar en cuenta que la burocracia está dedicada básicamente a justificar su propia existencia, no a resolver problemas sociales. Por eso cualquier trámite debe recorrer un duro calvario para llegar a un resultado ínfimo. Los burócratas se encargan de enredarlo todo, para justificar la existencia de sus oficinas.

 

Para la gente del común –el ciudadano de a pie que debe trabajar para percibir un ingreso en el campo y la ciudad—lo importante es que los movimientos contrarios a la discriminación surjan de abajo hacia arriba. Las oficinas burocráticas solo deberían servir de apoyo.

 

Es muy claro que en México existe hoy una sociedad más conciente, muy avispada y que se ha formado al amparo de las redes sociales. Pero urge unir los esfuerzos que se generan de manera dispersa. Urgen redes de jóvenes que se dediquen a combatir la injusticia y discriminación que inunda los medios con su bazofia seudohumorística.

 

Hay que partir del hecho indudable que el racismo y el clasismo se han encubierto bajo la apariencia de “humor” inocuo, que genera carcajadas fáciles aunque signifiquen una vuelta de tierca más en el proceso de discriminación contra los sectores más desprotegidos.

 

Es, sin duda, una de las tareas más urgentes de la transformación social hoy en marcha.

 

 

Sobre Rigoberto Lorence 102 artículos
Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la UNAM. Militante de las organizaciones democráticas y revolucionarias de México desde hace unos 40 años. Ha impartido cursos de reportaje, redacción y otras áreas dentro del periodismo.

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