SALARIOS. UNA CONTRADICCIÓN SIN SOLUCIÓN

Gerardo Fernández Casanova

Entre las muchas deficiencias del modelo económico mexicano, sustentado en la apertura a la competencia externa y en el aumento de las exportaciones, el tema de los salarios es de especial relevancia por implicar una contradicción sin posible solución venturosa. Entre las condicionantes exigidas para la renegociación de la deuda externa, desde la época de Miguel de la Madrid (1982-88) se aceptó la fijación de topes a los aumentos salariales de manera de reducir la inflación y facilitar la acumulación de capital. El tema, que en la mayoría de los países en que se impuso la misma receta provocó enorme irritación social, en México corrió como mantequilla dado el control político del régimen sobre las organizaciones obreras, al grado de que se le perdió el miedo a tales reacciones y pudo convertirse en pilar del diseño de política económica. En esta condición, Salinas de Gortari pudo empeñar el bienestar social para emprender el modelo exportador y aherrojarlo al procurar y firmar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), suponiendo que la llegada de cuantiosas inversiones extranjeras vendrían a aprovechar tanto las ventajas del acuerdo como, principalmente, el muy bajo costo de la mano de obra y la flexibilidad de su reglamentación, entre otras. Erróneamente, Salinas supuso que tal condición sería una exclusividad de México, pero más pronto que el canto del gallo se encontró con una despiadada competencia de China y muchos otros países dispuestos a sacrificar a su población en aras de capturar las inversiones del gran capital y el mercado norteamericano.

 

La industria manufacturera de los Estados Unidos se relocalizó en estos nuevos paraísos de mano de obra esclava, particularmente la producción automotriz, registrándose casos como el de Detroit que se convirtió en ciudad fantasma al desindustrializarse, mientras que en México se registró un auge de instalaciones de maquila automotriz con cerca de 85% de insumos importados, lo que generó un importante aumento en la ocupación de mano de obra pero no propició la derrama hacia el resto de la economía.

 

A cambio de esta supuesta ventaja, México tuvo que abrirse a las importaciones de todo tipo de mercancías, incluidas las alimentarias. En virtud de lo anterior el aparato productivo mexicano, tanto el industrial como el del campo, se vio obligado al abandono por  quiebra ante la ruinosa competencia externa, con dos efectos principales: la ocupación generada por las exportaciones nunca ha podido compensar la desocupación provocada por las importaciones; la balanza comercial, siendo superavitaria con USA, resulta deficitaria con el resto del mundo y su balance total negativo; el mercado interno sufre un severo deterioro, sólo en parte compensado por una mayor inversión extranjera, que enajena la soberanía, y por el aumento de las remesas de los migrantes, fruto envenenado de la debacle económica del país. Es el sacrificio de los más por los menos.

 

No le falta la razón al sector social que llevó a Trump a la presidencia vecina, ni tampoco al blondo troglodita por denunciar los daños que le ha significado el TLCAN a su país.  Tanto USA como Canadá reclaman a México corregir su política salarial y se condiciona la renegociación del tratado. Es una vergüenza que sean otros los que demanden la justicia social al país que hizo una revolución para alcanzarla y que la tiró por el caño en la rebatinga por las migajas, en condición de vulgar esquirol.

 

La encrucijada para el régimen es que tiene las manos atadas en ésta y muchas materias, incluso la dificultad permeará hasta el deseado cambio de régimen. Si, sea por justicia o por exigencia externa, se corrige la política exportadora de mano de obra esclava, las exportaciones y la inversión extranjera, ambos pilares de la realidad económica actual, caerán estrepitosamente, con o sin renegociación del tratado, lo que provocará un periodo de severa crisis del conjunto de la economía que van a endilgar al nuevo régimen y, con ello, llevarlo a su posible fracaso. AMLO tendrá que mostrar mucho más que un hábil pragmatismo; tendrá que adoptar una inédita condición de estadista, capaz de sortear el golpe de la transición y reestructurar una política económica fincada en las fuerzas propias, lo que implica cerrar las puertas y evitar las fugas. Para ello resulta indispensable garantizar una vigorosa movilización popular que pueda entender los sacrificios a que se verá sometida. No está fácil, pero tendremos que lograrlo.

 

 

gerdez777@gmail.com

 

 

 

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*