Silvia Chávez Manilla
La palabra conflicto, en nuestros días, nos es muy, muy familiar. La vivimos todos los días, hasta cuando parece que no, estamos en conflicto. Los que conducen la experimentan en horas pico y no tan pico. Los que van en transporte, los que caminan por las calles, los ciclistas, los motociclistas, los que acuden a la oficina, los que se quedan en casa, quienes realizan los quehaceres de la misma. La lista es larga e infinita si trato de no dejar a nadie fuera de ella. Todo aquel que respira está expuesto al conflicto, interno o externo.
De acuerdo al diccionario de María Moliner (1998), la palabra conflicto hace referencia al choque, o situación permanente de oposición, desacuerdo o lucha entre personas o cosas. Podemos completar esta definición con la del sitio https://www.definicionabc.com/social/conflicto.php, que lo define como un desacuerdo serio sobre un tema o una situación que involucra a dos o más partes en posiciones antagónicas, de modo [sic] de desencadenar una discusión entre ellos en un intento de hacer prevalecer la respectiva opinión.
Por tanto, cada contacto relacional, incluyendo el que establecemos con nosotros mismos, será una puerta al conflicto. Y pese a ello, no sabemos (varios) atravesarlo sin gritos, sin pelear, sin alzar la voz; la mayoría de las veces hay eso y más. ¿Pero cómo hacerlo diferente? ¿Cómo darle paso al diálogo?, sin tirar la Barbie.
El interés de encontrar la forma, viene de la base en la que el conflicto es una semilla que si se le permite, hace la raíz de una relación más fuerte. Sin embargo, el conflicto está mal visto: “es una persona conflictiva”, es decir non grata. En los trabajos no se aceptan personas con esa característica, preferimos decir: sé trabajar en equipo, coopero, controlo el estrés, soy capaz de negociar, comunico correctamente, etc. Quizá ahí sí, pero ¿lo haces en casa? ¿Con tu pareja, amigos? ¿Con la persona que está viniendo a tu mente?
Ahora bien, qué pasaría si digo: me gusta entrar en conflicto, disfruto internarme ahí. ¡Ah, pero no en cualquier conflicto! Serían aquellos donde estén involucradas mis sensaciones, apreciaciones, emociones; temas donde estén inmiscuidos puntos de vista de la vida y la experiencia, esa que tiene que ver conmigo y contigo. O sea, probablemente se trata de delimitar nuestras áreas de conflicto, nuestro ring. Para estas alturas, podríamos aventurarnos a proponer dos características del conflicto, pero del que nos conduce hacia una relación sana:
1. Seleccionar una persona con la que nos gustaría fomentar una relación honesta y auténtica.
2. Elegir los temas que me causan conflicto y sobre los cuales me gustaría profundizar y poner en la mesa de negociación.
Con base en los dos puntos anteriores, diríamos que no cualquier persona, o cosa sería digna de conflicto y que pareciera que a todo lo que nos lleve a suponer un malestar, enojo, en la calle, en la oficina, en la casa y/o gimnasio lo bautizamos como conflicto, lo cual nos lleva a un tercer punto:
3. Hay dos tipos de conflicto:
a) Aquel a través del cual manifiestas, o no tu desacuerdo y punto.
b) El que va encaminado a fortalecer una relación.
Por lo anterior, la pregunta obligada es: ¿Qué tipo de conflicto despunta en tu día a día?
Y la que queda en el aire es: ¿Cómo atravesar el conflicto sin gritos y agresiones? Esa reflexión la dejaremos para después.
P.D. 1. Cualquier desacuerdo con esta breve reflexión acerca del conflicto, por favor házmela saber a través del correo electrónico: chams.de@gmail.com. Fortalezcamos nuestra relación.
P.D. 2. El planteamiento de este espacio no es dar instrucciones, o recetas; el sentido es irnos construyendo, porque una persona no es un objeto, es un ser inacabado, en constante transformación. El camino es largo, pero vale la pena, vales la pena.
www.psict.com.mx
Licenciada en periodismo por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, posgrado en psicoterapia Gestalt Relacional por el Instituto Humanista de Psicoterapia Gestalt y formación en Grupos Terapéuticos por el Círculo de Estudios en Terapia Existencial.
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