Gerardo Fernández Casanova
Desde mi controvertible óptica, México vive tiempos estelares de cambio en favor de la justicia y la libertad. La democracia cobra sentido al ser el pueblo quien ejerce la soberanía y traza el rumbo conforme a sus propios intereses, sin someterse a indicaciones o mandatos del exterior, al tener en claro que nadie puede remplazarlo en la tarea, a riesgo o con la certeza de que lo haría en función de intereses ajenos a los nuestros. Para esto es que en el 2018 decidió hacerse del gobierno; para tenerlo a su servicio. Fue un enorme salto en la historia nunca antes conocido. Ni en la Independencia, ni en la Reforma ni en la Revolución, el pueblo pasó de ser el actor, la carne de cañón; esta vez simplemente fue el elector, su voto el arma y su decisión el destino.
¡Populismo! –denuestan los tecnócratas- ¡Democracia! –responde el pueblo. Así puede reseñarse la llamada polarización en curso, una en la que un polo pesa, por lo menos, dos terceras partes del conjunto y el otro sólo una. Solamente en la tiranía podría existir la unanimidad; la pluralidad es connatural a la democracia. Es democrático que la minoría actúe como oposición a la mayoría, pero las decisiones de gobierno las toma la mayoría y nadie más.
Esta relación se hace más palpable cuando de un cambio profundo se trata. Es obvio que los beneficiarios del antiguo régimen se resistan a perder los privilegios que gozaban, sobre todo los que eran causantes de la injusticia y el sufrimiento de la mayoría del pueblo. También es obvio lo contrario: que la ciudadanía apoye con entusiasmo y alegría a quien le está sirviendo. La única diferencia es que esos beneficiarios del antiguo régimen son dueños de los principales medios de comunicación y tienen capacidad para tergiversar la información, con los que provocan el ruido estertóreo de sus lamentos. Sin aspavientos y hasta con alegría, cada mañana el propio Presidente se hace cargo de contrarrestar la alharaca y practicar la docencia (y la decencia) política para informar con la verdad. La famosa mañanera. Fenómeno informativo y didáctico que, a un bajísimo costo, inhuma los millones de pesos gastados en la propaganda opositora. Pésima inversión para los magos de los rendimientos financieros.
No son pocos los que pueden atender cotidianamente las mañaneras del Presidente, pero son muchísimos los que reciben sus mensajes y comentarios a través de las redes sociales, a despecho de robots y chayoteros, y con ello toman el verdadero papel de pueblo informado. No hay engaño posible cuando, con pruebas y demostraciones de objetividad se da respuesta a los infundios y se atiende a las reales preocupaciones populares.
Desde luego que aún falta trecho por recorrer; el camino a la utopía nunca se acaba, pero los pasos son firmes y se enrumban al destino decidido por la mayoría del pueblo. Si así no fuera no hubiera los rabiosos ladridos de los damnificados del cambio; estos son los mejores propagandistas del éxito transformador. Quedan todavía dos años de gobierno de López Obrador, suficientes para concluir promesas cumplidas y proyectos iniciados; bastantes para mostrar la atinada dirección y la consolidación de procesos afirmativos. Enhorabuena.
Ahora mi preocupación es el relevo sexenal. Ahora entiendo la proclividad a la reelección de los presidentes exitosos y comprometidos con el pueblo en Nuestra América. Lástima. Andrés Manuel se va por su decisión y punto, ni de lamentarse hay oportunidad.
Es natural aspirar a un relevo igual o mejor en la presidencia, pero con sinceridad no lo veo. No tengo duda de que quien sea el candidato del Movimiento de Regeneración Nacional ganará la elección, pero ninguno puede llenar los zapatos de AMLO. Con pena repruebo a Claudia por su desmesurado despliegue de propaganda, ajeno a las pretendidas nuevas formas de hacer política; es innecesaria y además le es perjudicial a la consideración popular. Ni modo.
gerdez777@gmail.com
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