Una anécdota  del 68

Perspectiva

 

Por: Rodolfo Becerril Straffon

 Se sabe como empieza un problema, pero no como termina. En la decisión de apagar el conflicto, justo por lo demás, del IPN, estaba la sombra y el recuerdo del movimiento del 68 que de un problema soluble escaló hasta la masacre  de Tlaltelolco. Muchos conmemoran ese movimiento: algunos porque lo vivieron, otros de oídas y muchos más por conciencia, como la que nos embargo en aquellos años. Se ha escrito e interpretado el movimiento del 68 hasta la saciedad y en medio del bullicio se va perdiendo la noción de los hechos. No voy a referirme a ellos, pero permítanme recordar   lo que a mí me tocó vivir personalmente y lo que fue la voz de un soldado  El movimiento del 68 me pilló ya no siendo estudiante.  Terminé la Universidad en el 65 y después me fui al extranjero. Recién acababa de regresar cuando estalló el movimiento. Seguí a pie juntillas lo que se publicaba y en especial los artículos de Marcelino Perelló, uno de los líderes.

Seguí el movimiento desde mi modesto cargo burocrático. Me acababa de incorporar  a la Secretaría de la Presidencia cuyo titular era el Doctor Emilio Martínez Manotou. La Dirección de Gasto Público adscrita a la secretaría albergaba a varios economistas muchos de los cuales en años posteriores desempeñarían posiciones de relevancia en el gobierno mexicano. Había yo recién regresado de mi curso de planeación económica de Varsovia, Polonia y me pertreche de un amplio material sobre el desempeño de las economías socialistas. Ese material me sirvió de base para mi tesis  que llevó por título “La descentralización en las economías socialistas” que posteriormente serviría de bibliografía para la materia del mismo nombre que se estableció en la hoy Facultad de Economía de la UNAM.

En ese entonces no se usaban las fotocopias. Uno escribía sus textos utilizando copia al carbón para no perder originales. Mi asesor de tesis era el licenciado Jorge Tamayo a la sazón secretario de la Escuela de Economía cuyo director era el profesor Horacio Flores de la Peña. Tamayo tenía en su poder el primer capítulo de mi trabajo y el día que el ejército tomó ciudad universitaria yo había de llevarle el segundo capítulo. Llegué a la Universidad, estacioné mi auto-un  viejo FIAT 2100-en el estacionamiento de profesores; para entonces empecé a dar clases como adjunto. En el auto deje varios libros sobre el socialismo, textos de autores marxistas y mi segundo capítulo. Cualquiera que hubiese revisado lo que tenía en el auto habría concluido que el dueño era comunista. Al llegar  un grupo de amigos de la escuela me invitaron a  ir a pegar carteles en las calles y a elaborar en serigrafía material de propaganda. Fui a un viejo departamento- no recuerdo en que colonia- y preparamos material de apoyo al movimiento. Después de nuestras tareas de propaganda, regresamos a la universidad y para nuestra sorpresa, ésta había sido tomada por el ejército. Mi auto quedó encarcelado con mis identificaciones y mis libros.

Jorge Tamayo fue apresado junto con otros y temí que en cualquier momento pudieran localizarme aunque mi participación activa había sido realmente marginal y más bien testimonial. Fueron varios días de zozobra. Finalmente, cuando la Universidad fue desalojada, encontré mi auto en perfectas condiciones, sólo que  con las llantas desinfladas y mis materiales íntegros. Me di cuenta que   que alguien se había subido al auto ya que encontré una pequeña carta manuscrita con letra apenas legible   escrita por un soldado que más o menos decía. “compañero, estudia, somos los mismos, el país te necesita”. En medio de los acontecimientos de aquellos años, esa misiva me conmovió enormemente

La Dirección de Gasto Público estaba en  Palacio Nacional. Prácticamente todo el personal apoyaba el movimiento pero éramos burócratas. Se nos conminó a bajar a la plaza central a un acto de desagravio de la enseña nacional al que asistimos por obligación. Poco tiempo después, nuestros subdirectores fueron despedidos. Ya estando en París años más tarde recibí en mi departamento a los líderes  Raúl Moreno Wonche y a Luis González de Alba quienes me hicieron reseña puntual de su experiencia. Más tarde me hice amigo de  Roberto Escudero,  de Gilberto Guevara, y del propio Búho. Raúl Álvarez recién fallecido fue mi compañero diputado y excelente amigo. A todos ellos mi más sincero reconocimiento y respeto.

 

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