Gerardo Fernández Casanova
26/01/2024
Antes que nada, quiero agradecer a los amigos que me extrañaron y me lo hicieron saber. Me agrada y me enorgullece. También una explicación: Vendí mi casa para rentar una de menor tamaño y ajustada a las necesidades, cada vez menores, de mi esposa y mías: ello implicó una gran cantidad de actividades para sanear la documentación de la propiedad (incluida la sucesión intestamentaria de mi finado hermano) y otros muchos detalles que mantuvieron mi mente muy ocupada; afortunadamente ya estamos instalados y felices en nuestro nuevo domicilio.
Dicho lo anterior y con la debida mesura, no puedo más que expresar mi enorme satisfacción por estar viviendo y admirando el otro México por el que tanto y tantos luchamos. No nos equivocamos en la aspiración ni en la identificación del personaje que habría de conducir la buscada transformación. Andrés Manuel López Obrador ha gobernado con esmero y eficacia durante poco más de 5 años al país, de manera nunca vista en mis 81 años de vida. Ha hecho cosas, muchas cosas, que están a la vista y al servicio de todos, que aquí he comentado repetidas veces. Todas en bien del país y del pueblo entero, sin dejar de reconocer la prioridad orientada a los más pobres.
Pero, por encima de las cosas realizadas, el Presidente ha gobernado al país gestando una verdadera revolución pacífica y democrática ejemplar, enfrentando y resistiendo los embates de grandes poderes políticos y económicos, nacionales e internacionales, construyendo una ideología surgida de las realidades del país: el Humanismo Mexicano, a despecho de las recetas y las consignas provenientes del exterior, principalmente las que, en el orden económico, impusieron los organismos financieros internacionales, sin aspavientos ni desafíos. Simplemente con dignidad y soberanía.
La recuperación de la capacidad soberana del estado, aún en medio del proceloso mar de quienes quisieran reducirlo a su mínima expresión, ha sido -en mi opinión- el mayor factor del éxito acompañado, desde luego, del combate a la corrupción que lo mantenía de rodillas. Las privatizaciones, los organismos autónomos y la llamada sociedad civil, no eran otra cosa que grilletes para someter al poder político al designio del gran capital internacional y, además, con todos los candados necesarios para aniquilar a algún intruso que osase enarbolar una bandera nacionalista como el tal López Obrador.
Ahí están todavía rumiando sus afanes vengativos y, junto con la oposición partidista, que goza de cabal estupidez, mantienen y refuerzan los candados. La poderosa cuan nefasta Suprema Corte de Justicia de la Nación, convertida en el baluarte de la reacción antidemocrática, cuyos oscuros ministros votan mayoritariamente en acato a los dictados de los expresidentes que los propusieron; siempre en contra del Presidente López Obrador y a favor del poder de la oligarquía. Más pronto que tarde habrá de realizarse una profunda transformación en esta materia y por la vía democrática.
Hay un ingrediente de la mayor relevancia en esta lucha: el pueblo mayoritario que ya supo que sí se puede transformar al país y que no deja de manifestar su respaldo al Presidente, como no se había visto desde el gobierno del Gral. Cárdenas. López Obrador es un verdadero y honesto populista dedicado de cuerpo entero a enriquecer la unión entre el pueblo y su gobierno. Le informa cotidianamente, le dedica una insólita proporción del presupuesto para su bienestar, realiza obra pública para darle empleo y para su beneficio. MORENA, su partido, tiene el mayor respaldo para llevar a Claudia Sheinbaum a continuar el proceso emprendido. Se busca alcanzar la mayoría calificada en el Congreso y las gubernaturas en juego.
La autoridad moral del Presidente garantiza la continuación y la profundización de la transformación del país y la implantación plena del Humanismo Mexicano.
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