Zapata y Villa pactaron un “intercambio de víctimas”: Juan José Landa

Zapata y Villa pactaron un “intercambio de víctimas”: Juan José Landa

Por Jesús Castillo García
Cuernavaca, Mor. 6 de diciembre del 2014.- La reunión de los generales Francisco Villa y Emiliano Zapata en Palacio Nacional de la ciudad de México, hace exactamente cien años, ha sido considerada por la historia oficial como la cúspide de la revolución mexicana. La icónica foto de los líderes de la insurrección sentados en la silla presidencial parecería enviar un mensaje de: “los malos ya se fueron, los buenos ya llegamos”.

Villa y Zapata-
Sin embargo, el cronista Juan José Landa Ávila, quien ha dedicado gran parte de su vida a investigar a Emiliano Zapata y en general a la revolución mexicana, tiene otra perspectiva sobre aquella histórica reunión:
“Fue el inicio de la etapa más terrorífica de la gesta revolucionaria, cuando afloraron los instintos más salvajes de los caudillos, principalmente Francisco Villa, quien incluso secuestró y violó a una mujer francesa, esposa del propietario de un hotel de la ciudad de México”, asegura.
Y un dato desconocido de los hoy considerados héroes de la Revolución Mexicana, es que en aquella comilona del seis de diciembre de 1914, Pancho Villa y Emiliano Zapata acordaron “en lo oscurito” entregar para que fueran asesinados, a aquellos hombres que les fueron leales pero que tenían “cuentas pendientes” con el grupo contrario. Es lo que Landa Ávila llama “intercambio de víctimas”.
-¿Cómo que intercambio de víctimas Juan José?
– Sí. Zapata le dijo a Villa a cuáles de sus hombres “le traía ganas”, y Villa también pidió que Emiliano le entregara para matarlos a aquellos con los que alguna vez había tenido rencillas.
LA ENTREVISTA

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La plática con el historiador empírico (ganador del Concurso de Ensayo sobre Emiliano Zapata) se lleva a cabo en un inmueble ubicado en pleno centro de Cuernavaca, en lo que alguna vez fue el Hotel Moctezuma, donde se hospedó el caudillo del Sur durante la ocupación de los revolucionarios que obligó a muchas familias a emigrar a otras ciudades.
Fue el primer hotel de lujo del estado de Morelos, fue edificado en 1903 por una sociedad conformada por un norteamericano de apellido Hamson y Ramón Oliveros, miembro de unas familia de abolengo. Construyeron el hotel aprovechando que eran dueños de una fábrica de ladrillos. Asturias y Peñalba. Hoy son oficinas y consultorios.

el cartel
Juan José Landa muestra el cartel de una gaceta cultural que anuncia la realización de una Cabalgata a la ciudad de México patrocinada por los gobiernos federal y estatal para conmemorar tan importante reunión. “Si supieran lo que realmente sucedió”, dice en voz baja.
Recordó que tras la Convención Nacional Revolucionaria de Aguascalientes, se propuso una reunión de los dirigentes de la Revolución para aparentar que ambos luchaban por mejorar las condiciones de vida de los habitantes del país y distaban mucho de aspirar a presidir la República.
A partir de la derrota de los huertistas en Zacatecas, el caudillo Emiliano Zapata comenzó a cartearse con su colega Pancho Villa, con la finalidad de realizar una alianza con la División del Norte. Pero el verdadero interés de Zapata era que el caudillo norteño le proporcionara armamento al Ejército Libertador del Sur, para sostener la lucha revolucionaría en territorio zapatista. Zapata le pedía armamento a Villa porque éste poseía el arsenal más cuantioso de todo México. Villa fue acumulando pertrechos desde que fue protegido de Francisco Madero. Villa incrementó su arsenal con el armamento que obtuvo como botín en las batallas contra el ejército huertista y además los gringos le vendían armas con las que Villa aumentó su arsenal; esta acumulación de armamento convirtió al Centauro del Norte en el caudillo más respetado pero a la vez en el más temido. Es por esto que a Zapata le convenía una alianza con Villa, explica el cronista morelense.
El 24 de noviembre Venustiano Carranza había salido del Valle de México al frente el Ejército Constitucionalista tras ser destituido del cargo por la Convención Nacional Revolucionaria. Carranza no aceptó el mandato de la Convención y prefirió salir de la Ciudad de México antes que enfrentarse al poderío militar de los ejércitos villista y zapatista, más los primeros que los segundos.
Ese mismo día, el Ejército del Sur, que había ejercido su poder en Morelos y Guerrero, ingresó a la Ciudad de México, y se instaló en los pueblos de Oztotepec y Villa Milpa Alta, y desde ahí iniciaron su despliegue en la capital del país. Emiliano Zapata se hospedó en un hotel del rumbo de San Lázaro.
La División del Norte se movilizó vía ferrocarril hacia el centro del país para garantizar la llegada al Valle de México del presidente nombrado por la Convención, Eulalio Gutiérrez, siempre bajo el manto protector de Pancho Villa.
Desde la madrugada del 30 de noviembre de 1914 la División del Norte comenzó su arribo a la estación Tacuba en un convoy de 10 trenes. Pancho Villa y su Estado Mayor llegaron en uno de los últimos trenes a la estación provocando que una multitud se arremolinara en torno a su carro y a él mismo.
Sus constantes entrevistas publicadas en diarios norteamericanos habían incrementado su fama, y la gente acudió a conocerlo, entre morbo, curiosidad y miedo.
Los dorados de Villa no perdieron tiempo para incursionar en la Ciudad.
En los siguientes días, los emisarios de Villa hacen contacto con representantes de Emiliano Zapata y acuerdan encontrarse en el sur, en Xochimilco, en territorio zapatista.
Eulalio Gutiérrez arribó a la Ciudad de México el 2 de diciembre y comenzó a hacer sus primeros nombramientos, entre ellos, el del secretario de Educación, José Vasconcelos, y el de Vito Alessio Robles como Inspector General de la Policía del Distrito Federal.
Alessio Robles recuerda en su crónica de aquellos días el episodio de su nombramiento: “No se arrugue, amigo. Le voy a dar una escolta de quince hombres de mis dorados”. Más tarde reconocería: “Acepté un cargo que fue una pesadilla y que no desearía en las mismas circunstancias, ni para el peor de mis enemigos”.
Y sí era una pesadilla, concuerdan Alessio y Landa. En la ciudad convivían dos ejércitos, la policía prácticamente no existía y tuvo que ser reconstruida desde cero en el cuartel que se encontraba en la calle Humboldt.
La madrugada del 3 de diciembre, Eulalio Gutiérrez es escoltado por Villa. El convoy de varios autos, encabezado por el vehículo en que viajaban Villa y Gutiérrez, avanza por las actuales calzada México Tacuba, avenida Rosales, avenida Juárez y Madero (entonces Plateros) hasta llegar al Palacio Nacional, sin grandes ceremonias o desfiles.
El Palacio Nacional era resguardado por el Ejército del Sur. Alessio Robles recuerda que Villa escoltó al presidente convencionalista hasta el elevador que lo llevaría a la parte superior del edificio y se despidió de él. Al abrirse la puerta del ascensor en el nivel superior del Palacio, Gutiérrez fue recibido por Eufemio Zapata, hermano de Emiliano y segundo hombre en jerarquía del Ejército suriano.
El pueblo de Xochimilco les preparó guajolotes, tamales y frijoles.
La madrugada del 4 de diciembre el general Villa se alistó con su traje militar. Junto con su Estado Mayor sube a un grupo de automóviles rumbo al centro de la Ciudad, doblan por la avenida San Antonio Abad y enfilan hacia las montañas del sur del Valle de México.
A su entrada en Xochimilco el convoy fue recibido con flores, cohetones y música. Los autos se dirigen hasta el Hotel Reforma, en la cuarta calle de Hidalgo (hoy convertido en una zapatería) donde los espera Emiliano Zapata. El saludo es efusivo. Los dos mariscales revolucionarios se reconocen finalmente cara a cara. Ambos se han jugado la vida, y en este mediodía en Xochimilco se juegan el destino del país.
El almuerzo fue típico del centro de México, mole con guajolote, tamales y frjoles con epazote. Ambas comitivas comen animadamente.
Cuentan las crónicas que Zapata cedió la cabecera de la mesa a su visitante norteño. Él se sentó a su izquierda y a su lado su hermano Eufemio y Alfredo Serratos, quien hizo los arreglos de parte del general suriano para la entrevista entre ambos jefes revolucionarios; y Roque González, presidente de la Convención Revolucionaria y quien desde el lado de Villa gestionó el encuentro en Xochimilco.
Ambos dialogan sobre lo poco confiable que les pareció siempre Carranza, de la canallada que hizo Victoriano Huerta al asesinar a Madero. Hacen recuentos de sus batallas.
En un momento de la conversación Villa hace una pausa y suelta: “Vamos a ver si quedan arreglados los destinos de aquí de México, para luego ir donde nos necesitan”.
El zapatista Serratos terció: “En las manos de ustedes dos está”.
Un poco más tarde Villa reafirma que tanto él como Zapata son gente de pueblo que se vieron en la necesidad de defenderse ante los abusos de los regímenes, pero no desean ejercer el poder.
“Yo muy bien comprendo que la guerra la hacemos nosotros los hombres ignorantes, y la tienen que aprovechar los gabinetes, pero que ya no nos den quehacer (refiriéndose a motivos para seguir la guerra)”, dijo Villa.
Zapata asiente y dice, a su modo, que las tropas revolucionarias deben regresar a trabajar la tierra: “Los hombres que han trabajado más son los que menos tienen que disfrutar de aquellas banquetas (de la Ciudad de México) Y yo lo digo por mí, de que ando en una banqueta hasta me quiero caer”.
Villa reitera: “Ese rancho está muy grande para nosotros. Esta mejor allá afuera”, y reflexiona respecto a que la lucha revolucionaria aún tiene muchos años por delante, pero avizoran su mundo ideal: irse a descansar en un “ranchito”, en unos “jacalitos”.
Y remata: “Mis ilusiones es que se repartan los terrenos de los riquitos. Dios me perdone, ¿no habrá por aquí alguno?” y desata las risas de los asistentes.
Zapata habla de cómo reciben sus tierras los campesinos que durante su vida habían labrado en beneficio de otros: “Le tienen mucho amor a la tierra. Todavía no lo creen cuando se les dice, ‘esa tierra es suya’. Creen que es un sueño”, dice una trascripción taquigráfica de la conversación.
El encuentro y banquete entre Villa y Zapata es un carnaval. Afuera las comitivas montan guardia. Fuera del hotel, en el recibidor están reporteros de diarios nacionales y extranjeros.
Villa y Zapata se entienden, recuerdan sus primeros acercamientos a través de mensajeros, recuerdan sus cartas, se sirve coñac, pero Villa pide agua. Ya relajados tras la comida y la conversación animada por el licor, Villa reconoce en Zapata lo que ahora se llama un “interlocutor válido”.
“Pues, hombre, hasta que me vine a encontrar con los verdaderos hombres del pueblo”, dice el jefe de la División del Norte.
“Celebro que me haya encontrado con un hombre que deveras sabe luchar”, responde el jefe militar del Ejército del Sur.
Tras varios minutos más de charla, ambos se levantan y se dirigen junto con Serratos y Gutiérrez a una habitación contigua. Ahí conferencian en privado por cerca de una hora.
¿De qué hablaron en esa reunión literalmente “en lo oscurito”?.
Juan José Landa tiene una hipótesis que asegura haber obtenido después de platicar con varios ancianos (hace ya varios años, hoy todos están muertos) que estuvieron presentes en la reunión.
Explica que a Pancho Villa le convenía una alianza con los zapatistas porque no poseía una ideología revolucionaría como Emiliano Zapata y fue en la Convención de Aguascalientes donde Villa entró a la dinámica de la revolución social al adherirse y reconocer el Plan de Ayala como el proyecto más auténtico de la Revolución del pueblo.
“Pero lamentablemente cuando ambos caudillos finalmente se conocieron personalmente en la ciudad de México, en lugar de aliarse militar e ideológicamente, chocaron como dos máquinas de ferrocarril que se impactan de frente a toda velocidad. Pero ¿Por qué ocurrió este desastre?: Porque Villa llegó a la ciudad de México con una actitud soberbia, megalómana, retrograda y envalentonada, en cambio Zapata llegó a la ciudad de México con una actitud humilde, patriota, pacífica y fraternal”.
– ¿Entonces de qué hablaron en lo oscurito?- le insistimos a Juan José.
– En Xochimilco Villa le propuso a Zapata un intercambio de víctimas para asesinarlas por cuestiones rencorosas. Villa mandó matar, entre otros, a Paulino Martínez, anciano de 84 años, asesor intelectual de Zapata”.
Obviamente eso nunca se dijo en la prensa. Al salir, se dan discursos, se reafirma la intención de ambos ejércitos de impulsar el reparto agrario plasmado en el Plan de Ayala y confirmado en la Convención de Aguascalientes; se insiste en llevar a la Presidencia a un civil; y mantener la guerra hasta cumplir estos preceptos.
Ambas comitivas se despiden. Pasa de las tres de la tarde y ahora ambos jefes revolucionarios alistarán el desfile triunfal de ingreso a la Ciudad de México del 6 de diciembre, acontecimiento que fue uno de los más fotografiados de la Revolución.
La madrugada del 6 de diciembre, las columnas comenzaron a moverse hacia los puntos de reunión. Se trataba de una masa tan inmensa de soldados como la ciudad no tenía memoria de haber visto. Las cifras establecen que se trataba de 50 mil tropas de la División del Norte, buena parte de ellas a caballo. El Ejército del Sur estaba formado por unas 15 mil tropas. Mientras que los norteños venían ataviados con sus trajes militares, los surianos portaban sus ropas de manta.
La División del Norte partió desde Tacuba y la Hacienda de los Morales (hoy Polanco) rumbo a la Calzada de la Verónica (posteriormente llamada Melchor Ocampo, y hoy convertida en el Circuito Interior a la altura de la Verónica Anzures).
El Ejército del Sur partió desde San Ángel, Tlalpan y San Lázaro. La columna estuvo compuesta por una avanzada de caballería del Ejército del Sur, seguida por los Dorados de Villa, su guardia personal. Detrás venían los dos jefes revolucionarios, y detrás de éstos el resto de sus ejércitos.
Alrededor de las 10:00 horas, los dos ejércitos iniciaron su entrada triunfal a la Ciudad de México por la antigua avenida Tlacopan (hoy México Tacuba y Puente de Alvarado) hasta llegar a Rosales (hoy Eje 1 Poniente) hasta la Avenida Juárez marcada en ese entonces por la escultura de Carlos IV, mejor conocida como El Caballito, de Manuel Tolsá.
Villa cabalgaba ataviado con su traje militar azul marino y gorra con un águila bordada. Zapata lo hacía con un traje de charro con chaqueta amarilla, con el águila bordada en oro en la espalda y sombrero también bordado en oro.
El desfile continuó por la Avenida Juárez y bordearon el ala sur de la Alameda Central. Ingresaron por la calle Plateros (hoy Madero) y llegaron hasta la Plaza de Armas, cruzaron frente al Ayuntamiento y frente al Palacio Nacional, donde el presidente Eulalio Gutiérrez y embajadores los vieron pasar desde los balcones.
Al ingresar al Zócalo, alrededor del mediodía, fueron recibidos por los repiques de las campanas de Catedral. Desmontaron en la Calle Moneda y se dirigieron hacia los balcones para presenciar desde ahí la última parte del desfile.

En el Palacio Nacional los recibieron el presidente convencionalista Eulalio Gutiérrez y los embajadores de Guatemala, Brasil, Francia, Suecia, Alemania, China, Japón, España, Chile, Honduras, Cuba, Inglaterra, de los Países Bajos y de Nicaragua.
A las 14:00 horas fue servido el banquete de honor presidido por Eulalio Gutiérrez. A su derecha se sentó Francisco Villa, y junto a éste José Vasconcelos. A la izquierda del presidente se sentó Zapata y a su izquierda, el ingeniero Felícitos Villarreal, ministro de Hacienda.
El banquete fue dirigido por el Intendente de Palacio, General Guillermo García. Esa tarde se celebró, se brindó y se registró uno de los hechos más icónicos de la historia del país.
Los dos jefes revolucionarios se dirigieron al Salón Presidencial donde se encontraba la Silla Presidencial y ambos debatieron si debían sentarse en ella o no.
Finalmente Villa decidió sentarse en esa silla que tiene el águila en la parte superior, misma que en su momento fue ocupada por Porfirio Díaz. Ahí se tomaron las fotografías históricas. En una ven todos al frente a la cámara. En otra parecen conversar los dos jefes revolucionarios.
Villa invitó a Zapata a sentarse en la silla, pero el jefe suriano no aceptó y se limitó a decir que la silla presidencial era mágica “porque cuando alguien bueno se sentaba en ella, al levantarse ya se había vuelto malo”.
En la foto aparecen entre otros, el general Tomás Urbina, de la División del Norte; el general Otilio Montaño, del Estado Mayor zapatista; el general villista Rodolfo Fierro, y en la última fila el periodista John Reed.
El resto de la jornada fue de fiesta. Cada jefe militar regresó a su hotel y esperaron a dar un siguiente paso en la lucha revolucionaria.
Durante varios días las tropas continuaron conviviendo. Los soldados eran los que mandaban en la ciudad, pues la policía prácticamente era inexistente.
Carlos Fuentes retrata esas jornadas en la Ciudad de México en su libro Tiempo Mexicano, donde relata que “los soldados zapatistas ocuparon las mansiones de la aristocracia porfiriana en las colonia Juárez y Roma, en las calles de Berlín o Génova, el Paseo de la Reforma o la avenida Durango. Penetraron en esos atiborrados palacetes, llenos de mobiliario victoriano, emplomados, mansardas, cuadros de Félix Parra y jarrones de Sévres, abanicos y pedrería y tapetes persas y candelabros de cristal y parqués de caoba, escaleras monumentales y bustos de Dante y Beatriz.
“Nada de esto les llamó demasiado la atención. En cambio, les fascinaron los espejos de estas residencias, los enormes espejos con no menos gigantescos marcos de oro, repujados, decorados con acanto y terminados en cuatro grifos áureos. Los guerrilleros de Zapata, con asombro y risa, se acercaban y alejaban de estas fijas y heladas lagunas de azogue en las que, por primera vez en sus vidas, veían sus propias caras. Quizás, sólo por esto, la Revolución había valido la pena: les había ofrecido un rostro, una identidad”.

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El cronista con el revolucionario Francisco Gutiérrez

Juan José Landa retrata a un Pancho Villa realmente al borde de la locura. Lo mismo rompía en llanto como un niño que era capaz de realizar las acciones más viles.
Por ejemplo, Villa recogió a niños huérfanos y los envió a Chihuahua para que tuvieran casa, sustento y educación. También visitó la tumba de Francisco I. Madero en el Panteón Francés, el 8 de diciembre, donde dio un discurso que concluyó con: “Aquí en este lugar, juro que pelearé hasta lo último por esos ideales; que mi espada ha pertenecido, pertenece y pertenecerá al pueblo. Me faltan palabras…” Y terminó llorando compulsivamente.
Sin embargo, la escena contrasta con la narración que hace Juan José Landa sobre un hecho bochornoso. “Villa quedó de verse con el presidente Gutiérrez en un Hotel de la ciudad de México, y al llegar vio a la recepcionista que era la esposa del dueño. “Está usted muy chula, en la tardecita regreso por usted”, le dijo. Y lo cumplió. Entrada la noche llegó con gente armada y secuestró a la mujer que resultó ser de nacionalidad francesa, se la llevó a su cuartel y ahí la tuvo varios días hasta que intervino la embajada de Francia”.
La mañana del 8 de diciembre de 1914 tuvo otro emotivo acontecimiento. Francisco Villa rebautizó la calle Plateros como Madero.
Pidió a parte de su tropa que le acompañara a la esquina de Plateros y San José del Real (hoy Isabel la Católica), y pidió que llevaran una escalera, una tabla y clavos. Se hizo acompañar también de una banda de música.
Villa trepó una escalera y clavó una placa de madera en el mármol blanco del edificio conocido como La Mexicana. La placa tenía la leyenda “Calle Francisco I. Madero”. “Y el que se atreva a quitarla me lo quiebro”, dicen que grito Villa.
En opinión de Juan José Landa, Zapata nunca debió sentarse en esa silla que le indicó Villa porque con este detalle se subordinaba a éste, por eso al jefe suriano se le ve serio y molesto en la famosa foto que les tomaron a ambos caudillos sentados en las sillas presidenciales. En cambio Villa se le ve sonriente burlándose del pueblo.
Villa traicionó a Zapata porque no cumplió con el pacto que ambos hicieron en Xochimilco y con motivo de las diferencias entre los dos caudillos, la victoria que las fuerzas revolucionarias del pueblo habían logrado cuatro meses antes, se convirtió en un fracaso que provocó que continuara la guerra seis años más.
Y aunque hoy se celebra la llegada triunfal de los revolucionarios a la capital del país, sólo los capitalinos que vivieron ese episodio saben de las tropelías que hicieron aquellos hombres ignorantes de la ley y ensoberbecidos por el poder. Al final, la historia oficial la escriben los vencedores y procuran no mencionar los aspectos negativos de sus próceres.

Sobre Jesús Castillo 150 artículos
Periodista con 25 años de trayectoria; Premio Estatal de periodismo 2010 y 2012. Premio Nacional de Periodismo 2013.

3 comentarios

  1. muy anecdotico lo expuesto, pero hay que reconocer que son hipótesis, suposiciones del autor, no es algo que históricamente este probado, el «intercambio de victimas» la historia debe de ser imparcial y sin hipótesis personales, porque deja ser verídica y se confunde.

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